1970:
Lorena:
¿Qué vaya a Londres?
Mi mente recapitula sus palabras y comprendo que no es un tipo de ilusión, Ed realmente las ha dicho.
Irme...
—¿Eso es lo que quieres? —Consigo decir.
—No, no se trata de mí.
—Tampoco de mí.
Ed suspira y me observa como si no me creyera.
—¿No confías en mí?
—Claro que lo hago, Lorena.
—Entonces confía en que no deseo ir, Ed. No quiero ir, quiero quedarme aquí, contigo. —Me aguanto el dolor que traspasa a mis ojos y está por dejarme en evidencia.
Le tomo los brazos, sacudiendo, tratando de llorar y que me crea.
—Se cuánto te gusta el ballet...
—El ballet no es lo más importante que tengo, ya no. Te conocí y...—Mis manos se resbalan de sus brazos y mi mirada baja. —No hagas esto.. —Niego y subo los ojos otra vez. —Sé a dónde iras..
—Lorena.
—No, Ed. Me dirás que merezco ir, a pesar que mi madre esté involucrada, que no importan las circunstancias y que debo aprovechar esto para mí como un beneficio, porque amo el ballet y luego me dirás que no te interpondrás en ese camino, que... si me quedo no estarás tranquilo y pensaras siempre en la oportunidad que deje ir.
El me mira sin decir nada y sé que llevo la razón.
—Eso es todo lo que hay en tu cabeza, Lorena.
La respuesta aprieta más mi pecho y retrocedo hasta alejarme tres pasos de él.
—Lorena...
No puedo escuchar más.
(***)
Duermo toda la tarde e ignoro el regaño de mamá detrás de la puerta, vuelvo a cerrar los ojos y escucho como golpean la puerta dos veces más, en la siguiente mis oídos reconocen la voz de papá y me levanto a abrir la puerta, mi mirada baja a lo que lleva en sus manos y es la tabla de madera con mi plato de comida que me trajeron hace varias horas y no he probado.
Abro más la puerta dándole espacio y el ingresa.
—Creo que esto ya no es comible ¿No? —Sonríe despacio y deja la tabla sobre la cómoda.
Me siento en la cama y el a mi lado, me da una larga mirada observando mi presencia y los ojos vuelven a subir a mi rostro.
—¿Qué sucede, Lorena?
—Prefiero no hablar de eso.
—A mí me gustaría que pudieras confiar en mí y hacerlo.
—Lo hago.
Papá alza las cejas.
—¿Te parece si adivino? —Pregunta y asiento. —¿Tiene que ver con tu madre?
—Todo tiene que ver con ella.
El suspira, mirando hacia la pared por un momento.
—Sí, ella suele ser así, cariño.
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Hasta la Eternidad
RomanceLorena y Edmund son la prueba viviente de que el amor lo sobrepasa todo. Sin embargo, su amor necesitaba una última prueba.