1970:
Lorena:
Nerviosa queda poco.
Tengo todo listo, las coreografías que practique tanto en mi cabeza, el atuendo y la confianza.
Pero sigo teniendo nervios.
Detrás de las cortinas todo es un caos y no dejo de dar vueltas sin poder quedarme de pie tanto tiempo, observo mi rostro en el espejo y juego con mis manos, al juntarlas.
Me muerdo el labio. —Estoy bien.
—Respira. —Oigo la voz de la profesora, lleva su típico traje negro y el bastón que golpea contra el suelo. —Respira, Lorena.
Hago lo que me ordena, hago las repeticiones necesarias hasta que los nervios se retiran.
—¿Mucho mejor?
Asiento.
—Bien, así debe ser. —Me dice. —Estoy dejando en tus manos, tus pies y tu talento esta responsabilidad.
Saber eso no me ayuda en nada.
Ella niega. —No te elegí por no ser la mejor. Eres la mejor y quiero que lo demuestres ¿Entendido?
—Entendido, profesora.
Ella se retira y las chicas del maquillaje regresan para retocármelo a mí y a mis compañeras.
Sé que no debería salir, pero lo hago cuando acaban y mientras están ocupadas en las demás, me dirijo hacia el escenario y me asomo entre las cortinas que están en la esquina, buscando los asiento reservados.
Veo a mamá y papá, pero el asiento que me interesa se encuentra vacío.
Edmund aún no ha llegado.
Respiro profundo.
—¡A sus posiciones, ya vamos a empezar!—Escucho que anuncian.
—¿Dónde esta Lorena? —Irrumpe mi profesora y empieza a llamarme.
Respiro profundo.
Dejo las cortinas y me giro para regresar, sin embargo. Vuelvo a mirar otra vez.
Sigue sin aparecer y a pesar de sentirme decepcionada, esta noche lo daré todo.
Edmund:
—¿No puedo pasar? —Repito las palabras del hombre de la puerta.
—Retírese.
—Tengo un pase. —Le recuerdo. —¿Por qué...
Una pareja aparece delante, mostrando su invitación y las distinción entre ambos es notoria, no voy vestido para la ocasión más que la ropa que suelo usar y olvidaba que el lugar se rige con etiquetas.
No tengo ropa elegante, no sé cómo acepte venir aquí.
Aun así, se lo prometí.
Y esa es la única razón por la que insisto, hasta que prácticamente me echan a la calle.
Salgo del teatro y vuelvo a la calle, hay una corta cola que empieza a formarse, pero mi atención es en la otra que se dirige al área trasera.
Son personas de vestuario.
Me acerco y sonrio al ver la oportunidad, llego a ingresar y observo algunas prendan que termino tomando prestado, sin embargo, la ropa se asemeja más a la de un camarero.
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Hasta la Eternidad
RomanceLorena y Edmund son la prueba viviente de que el amor lo sobrepasa todo. Sin embargo, su amor necesitaba una última prueba.