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Lorena:

Actualidad:

Aplaudo la rutina de mi nieta, Brownnynn acaba sobre el suelo con las piernas juntas y ambos brazos elevados hacia arriba, una sonrisa atraviesa su rostro y se pone de pie, inclinándose hacia adelante.

—Es agradable tenerte de público, abuela. —Ella me dice sentándose al borde de la cama, junto a mis pies cubiertos con la sabana. —Te extraño a ti y al abuelo en los recitales.

—También extraño ir, pero tu abuelo me dijo que cuando me sienta mejor podremos ir. —Le respondo. —Sin embargo, estoy segura que en todas las exhibiciones que no estuve, lo hiciste excelente, Brownnynn.

—Ojalá mamá dijera eso.

Respiro profundo. Nuestra niña esta tan ocupada para nosotros, sus padres, como para su hija.

—¿Es por eso que estas aquí?

Ella encoge los hombros. —Las cosas se salieron un poco de control.

—¿Qué hiciste esta vez, Brownnynn?

—Lo suficiente para que me suspendieran.

—Cariño, no tienes que hacer esto o buscar dañar tu reputación solo para llamar la atención de tu madre.

—Lo sé. —Me responde. —Creo que ya quedo claro que ni eso hará que este aquí, aunque este obligada.

Mi nieta baja la mirada.

—Brownnynn.

—Prefirió enviarme aquí para corregirme...

Se calla al verme.

—No quise decir...—Hace una pausa. —Me gusta estar con ustedes, contigo, es solo que el campo...

Me rio.

—¿Abuela?

—Lo entiendo, no hace falta que lo expliques. —Le respondo. —Supongo que el campo no es para todos y.. —Le cojo la mano apretándola. —Disculpa a tu madre, por no enseñarle que la familia estar por encima que cualquier cosa.

—Está bien, abuela, no es tu culpa. —Me dice. —No es tu culpa que ame trabajar más que a mí.

—Brow..

Edmund ingresa a la habitación y nos mira a ambas, luego pone los ojos en mi nieta y ella observa lo que tiene en la mano.

—¿Qué es eso?

—Hoy tú y Eli van a ayudarme a recoger las cosechas.

Los ojos de mi nieta se abren mucho, Edmund la obliga a ir y me quedo riendo viéndolos irse.

Respiro profundo y me vuelvo hacia la cómoda, tomando el teléfono que se encuentra encima, paso la saliva y marco el número.



1970:

—Dos algodones de azúcar. —Pide Edmund para mí y observo la maquina girar formando el dulce.

Acerco el rostro a la máquina y retrocedo cuando una tirita de azúcar cae sobre mi pelo.

—Hey...—Edmund se ríe y acerca la mano a mi rostro. —¿No has comido uno antes?

—No puedo comer dulces ni carbohidratos.

—El ballet, ya veo.

—Aquí tienen. —La señorita le entrega los dos algodones y el paga con un billete.

Edmund me entrega uno, es más grande que mi cabeza.

—¿A dónde me llevaras? —Pregunto curiosa.

Mientras caminamos por las calles no sabe que decir, sus ojos observan a ambos lados y una risita sale de mis labios.

Hasta la EternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora