Actualidad:
Lorena:
Edmund pasa la esponja llena de jabón líquido por mi espalda desnuda y se traslada hacia mis pechos, el olor del shampuu de coco llega a mis fosas nasales y aprieto los ojos despacio.
—¿Te entro mucho? —Me pregunta el preocupado. —Tal vez debí usar menos cantidad, lo lamento, cariño.
Niego despacio y miro mi reflejo en los azulejos de la ducha, mi figura ya no es la de antes, el espejo me lo recuerda cada vez que me observo en él y también me regresa al pasado, a quien fui y todo lo que conseguí.
No tengo de que quejarme, gane la lotería dedicándome al ballet, gane premios y me hice reconocida, tuve una carrera exitosa y encontré al hombre perfecto, tuve una familia con el hombre perfecto, el mismo que está limpiando mi cuerpo en una tina de baño.
Aun así, desearía tener más tiempo porque cada día que pasa siento que se acorta más nuestro tiempo.
Borro mis pensamientos y sonrio.—¿Debo verme ridícula con toda esta espuma?
Edmund se detiene y mi mirada haya la suya.
—Claro que no, sigues siendo la chica hermosa que vi desnuda en la regadera.
El recuerdo viene como un flash y sonrio.
—Lorena. —Pronuncia y continúa jabonándome. —Siempre serás preciosa ante mis ojos.
Me rio.
—Y tú eres un viejo muy guapo.
Comienza a reír y ambos escuchamos que algo se rompe.
—Dios mío...
Vuelvo a reír y volvemos a escuchar esta vez las voces de Eli y Brownynn.
—Tal vez debería...—La frase queda a la mitad . —No, nada.
—Ve.
Me mira en silencio.
—Puedo quedarme sola por unos minutos. —Insisto y no luce seguro. —Edmund, por favor.
Sigue sin estar seguro.
—¿Confías en tu esposa?
—Por supuesto que sí.
—Entonces ve.
Se levanta con dudas y sale hacia el ruido, me rio y unos minutos después está de regreso conmigo.
1970:
Lorena:
La imagen de Adrián en la puerta me pone en alerta, lleva rosas blancas y trae un traje oscuro, parecido a otros que lo he visto usar.
Me hace una señal y niego, conociendo a mi profesora, quien ahora mismo nos está dando lecciones mientras se mantiene de pie en el centro del circulo que formamos alrededor de ella, odia las interrupciones, así que le hago gestos con disimulo tratando que lo comprenda y se marche antes que ocurra un altercado de palabras.
Él no me oye.
—¡Ya vete!
Me llevo las manos a los labios y enseguida la profesora me señala con su bastón.
—¿Algún motivo que este en desacuerdo, señorita Lorena?
—Ningún...
—Porque debe existir una razón suficiente. —Detiene sus pasos frente a mí. —Para creerse con la necesidad de interrumpir mi clase.
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Hasta la Eternidad
RomanceLorena y Edmund son la prueba viviente de que el amor lo sobrepasa todo. Sin embargo, su amor necesitaba una última prueba.