1970:
Lorena:
Tengo los labios de Edmund en todas las áreas en que mi piel se encuentra desnuda y sí que son muchas, las prendan han abandonado en casi nada mi cuerpo y las suyas también han ido cayendo a causa de mis manos.
El sonrojo en mi cara no se ha hecho esperar, pero el tiempo en que pasamos dándonos caricias el uno al otro, me ha hecho acostumbrarme y ahora tengo más potente los labios rojos que las mejillas.
Mis piernas se separan y Ed retira los labios de mi para retroceder sin apartarse y mirarme, sus ojos hallan los míos y aunque hay deseo en su mirada, también hay duda.
—Eres preciosa. —Pronuncia en un susurro.
—Tu también. —Responde y se ríe.
Ambos reímos.
Hasta que solo yo estoy riendo y el me observa en silencio, detallándome, el rubor que había bajado de mi cara, vuelve a intensificarse y lo que hace Ed es sonreír, antes de inclinarse a besarme.
Le devuelvo la acción, cerrando los ojos.
Sus manos se aprietan en mi piel y jadeo. —Ed...
El tacto baja causándome escalofríos en los costados y luego en el abdomen al colocar la palma en el lugar, tiemblo cuando su mano llega entre mis muslos, una sensación frenética me hace levantar la cabeza y gemir.
Ed no pierde el contacto de nuestros ojos. —Lo siento.
Niego y le muestro una nueva sonrisa, asegurándole que estoy bien, me abre las piernas y la piel de sus piernas me roza cuando se acomoda.
Pongo la mirada en el techo y cierro los ojos sintiendo el roce.
—Oh, Ed...—Suplico.
Escucho un ruido suplicante antes de sentirlo en mí, el penetra suave y aun así me roba un quejido.
Mis ojos lo miran.
—¿Te dañe? —Y ese tono de preocupación vuelve. —Lorena...
—Estoy perfecta.—Una sonrisa dibuja mi rostro.
Estoy más que perfecta.
Actualidad:
—No te alejes, abuela. —Me pide Brownyn y se voltea a seguir ayudando a su madre con el carrito de compras.
—No lo hare. —Le aseguro.
Rio observando a mi hija, ya que a Sarah nunca le gusto acompañarme al super y apenas logra dirigir el carrito porque las ruedas la guían de un lado al otro, Brownyn es quien termina empujando y les doy espacio para escoger algunas cosas en la sección de jardinería.
—¿Quieres que llevemos eso? —Se me acerca Brownyn, al ver que sujeto un pequeño nomo.
Se lo enseño.
—¿Protegera mis girasoles? —Me rio.
—¿Lo llevamos?
—Mamá, deja eso. —Interviene Sarah y levanto la mirada encontrando a mi hija, con los brazos apoyados sobre el asa del carrito. —Compremos lo necesario.
—Mamá. —Le regaña mi nieta.
—Esta bien, no lo necesito. —Vuelvo a colocar el nomo en su lugar.
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Hasta la Eternidad
RomanceLorena y Edmund son la prueba viviente de que el amor lo sobrepasa todo. Sin embargo, su amor necesitaba una última prueba.