Capítulo 3

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3| LA HABITACIÓN DEL SILENCIO

Suspiro por décima vez.

—¿Puedes dejar de mirar todo lo que hago? —bajo el libro que tengo en las manos y giro mi cuerpo por completo para verlo de frente—. Empiezo a sentirme incómoda, la verdad.

—Buena suerte, entonces. No voy a dejar de hacerlo.

Cruza sus brazos y se acomoda sobre su cama sin que esa sonrisa burlona abandone su rostro. Miro el libro en mi regazo pensando en si lanzárselo a la cabeza es una buena idea, pero desisto finalmente y tapo mi rostro, cansada. El guardián rubio que ayer acompañaba al rey y que convirtieron en mi compañero de habitación no es el mismo chico amable del que me hablaron. Apenas lleva unas horas a mi alrededor y ya ha gastado todas las dosis de paciencia que tenía para él. Anoche no durmió aquí, pero ha llegado cuando el sol empezaba a asomarse y ha abierto la ventana de par en par, haciendo que nuestro segundo encuentro no me dejara una buena impresión de él. Aunque, viendo su cara de pocos amigos, dudo que le importe lo que yo piense de él.

Con esa misma cara lleva mirándome desde su cama lo que me han parecido diez años y que, en realidad, creo que solo han sido un par de horas.

—¿No puedes leer un libro como hago yo? Tienes muchos ahí delante —lo observo por el rabillo del ojo, señalándole con la cabeza la estantería.

La sonrisita burlona se hace todavía más amplia.

—Prefiero leerte a ti.

Escondo mi rostro como puedo detrás del puñetero libro.

—¿Te has puesto nerviosa, forastera?

Me limito a sacarle el dedo medio sin mirarle a la cara e intento distraerme de la situación continuando con mi lectura. No obstante, el argumento principal me aburre tanto que termino levantándome de un brinco minutos después y camino hasta la puerta, sabiendo que su mirada sigue mis pasos.

—¿Dónde vas?

—Tengo hambre. No he desayunado.

—Lo sé, pero la hora del desayuno ya ha pasado, así que ya puedes volver a sentarte en el suelo o en la cama —advierte—, donde sea que los habitantes de Aqua estéis más cómodos. Quién sabe, igual vuestro lugar favorito es el fondo del mar.

Suspiro de nuevo y vuelvo a la cama.

—Oye, ¿cuánto va a durar esto? La vigilancia, digo.

—Tiempo indefinido.

—¿Y no hay alguna forma de que no seas tú quien me vigile? —propongo. El rubio frunce el ceño—. Eres un poco antipático, ¿lo sabías? Me está costando bastante soportarte. Y eso que no llevamos juntos ni veinticuatro horas.

El vigilante sonríe. Supongo que disfruta siendo antipático.

—Tendrás que esforzarte un poco más.

Resoplo y, con la poca paciencia que me queda, cuento hasta diez.

—Todavía no sé tu nombre. ¿Cómo te llamas? —pregunto.

Mientras espero la respuesta que parece estar pensándose, mis ojos repasan su cuerpo de arriba abajo, con lentitud. Está sentado en el colchón con las piernas abiertas y su cabeza apoyada en la pared de atrás. Su cabello rubio platino cae por su frente, desordenado, y sus grandes ojos azules resaltan su piel blanquecina. En su cuello, una cadena plateada reluce y esconde una minúscula cicatriz.

Todos los guardianes del fuego que he visto hasta ahora tienen piel bronceada, ojos marrones y cabello oscuro, menos el pelirrojo de Klaus. Podría decirse que mi vigilante es un tanto especial, en ese sentido. Borde, pero especial.

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