Capítulo 21

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21| LA FIESTA DE OTOÑO

Volví a soltar mi cabello y bufé, frustrada, dejando caer mis brazos bruscamente. Hacía más de una hora que el guardián de sonrisa amable había entrado en mi casa y aproximadamente dos horas desde que me había metido en el cuarto de baño para prepararme para la fiesta de otoño del reino. Era la primera vez que iba a una y tenía la intención de recogerme el cabello de una forma diferente, inusual, pero lo único que había conseguido era chocarme con el espejo y golpearme el pie con la esquina de la puerta.

Quería que fuera un día especial.

Pero estaba siendo todo lo contrario.

—¿Xen? —oí la voz de Eryx a través de las paredes de la casa—. No quiero meterte prisa, pero quizá deberíamos de empezar a dirigirnos al castillo. Se nos está haciendo tarde.

—Dame cinco minutos.

Lo cepillé de nuevo y, por tal de no seguir desesperándome, terminé trenzando como pude el cabello de la mitad superior de mi cabeza y dejando el resto de mi pelo castaño cayendo por mis hombros. Repasé mi figura en el espejo una última vez y esbocé una sonrisa amplia. El vestido azul marino que me dio la hermana de Rita, al menos, sí era perfecto.

Nada más salir de la habitación me encontré con Eryx, quien estaba apoyado en la pared del pasillo, silbando distraídamente. El guardián vestía un traje de color vino con una camisa negra debajo y llevaba su cabello peinado hacia atrás, sus rizos más definidos y un anillo reluciente colgando de una cadena plateada en su cuello.

—Qué guapo estás —dije.

—Gracias —rio—. Tú también, Xen.

—¿Y esto? —tomé entre mis manos el anillo que colgaba de la cadena, examinándolo con curiosidad. No era el suyo—. Nunca lo había visto.

—Es el anillo de Klaus —explicó, sonriendo débilmente—. Eros me dio la idea hace unos días y decidí hacerle caso por una vez. Puede ser un poco borde de vez en cuando, pero tiene buenas ideas.

Aunque nadie hubiera hablado sobre eso en los últimos días, sabía que Eryx seguía pensando en él a todas horas, todos los días de la semana. No podía culparlo. Cuando la noche caía y los monstruos entraban por la ventana para arrebatarme el sueño de las manos, yo también me preguntaba si el pelirrojo estaba seguro en mi reino o si, por el contrario, mi padre lo había descubierto. Siempre terminaba confiando en que la primera de esas dos opciones era la correcta, a pesar de que una tenue voz, escondida por mi dormitorio, me decía que estaba confiando en la incorrecta.

—¿Nos vamos?

—Adelante.

Se colgó mi chaqueta blanca del hombro y enganché mi brazo con el suyo cuando la brisa fría del otoño nos acogió al salir de mi casa. El reino del fuego estaba lleno de vida y las calles estaban abarrotadas de todo tipo de gente; mayores, jóvenes y niños. Todos ellos presumían sus sonrisas cálidas tan características mientras hablaban unos con otros.

Nos metimos entre el gentío, avanzando a un paso calmado.

—Pasa esto todos los años, ¿no?

—Sí. Vienen guardianes de todos los rincones del reino.

—Es una buena forma de mantener la unión entre los habitantes —opiné, sin dejar de observarlos—. Yo siempre he estado rodeada de las mismas personas y, honestamente, dudo que alguna vez haya estado todo el reino reunido en un mismo lugar. En Aqua no están tan unidos, supongo.

Nunca lo habían estado. Y quizá nunca lo estarían.

—Nuestro reino siempre ha querido conservar la unión entre todos. Es de las pocas cosas que nos distinguen de los demás reinos y que presumimos con orgullo.

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