Capítulo 7

419 35 15
                                    


7| LA LEYENDA DEL PÁJARO ROJO

Kaia termina de calentar mientras esperamos a Deo. Cyran no se presenta en el castillo ninguno de los tres días siguientes a su visita a la clínica de Rita, así que opto por tomarme con calma los entrenamientos con los dos novatos mientras mi cuerpo termina de recuperarse. Lo último que se me ocurriría es darle las gracias por ser un cobarde, pero su ausencia es precisamente aquello que logra que llegue al viernes sin que nada ni nadie me empuje de nuevo hacia la penumbra de la cueva donde se reúnen las sospechas. 

—Creo que hoy te toca entrenar conmigo, princesa.

—Vaya, parece que por fin te dignas a aparecer —sonrío—. ¿Qué te ha pasado? Estabas demasiado avergonzado de que la princesa te hubiera pisoteado el ego, ¿verdad? Estoy segura de que hasta te daba miedo verme.

—Solo paré a recoger unas cuantas flores y así poder hacerte una ofrenda de un valor similar a la tuya. Soy un caballero, era lo mínimo que podía hacer por ti, ¿no crees? —me devuelve la sonrisa. Enreda los dedos en mi cabello para acercarme a su cuerpo y soplar en mi oído. Trago saliva—. Aquí no está tu maravilloso vigilante. Tengo vía libre para hacer contigo lo que me apetezca. No te tengo miedo.

—Yo a ti tampoco.

—Parece que a alguien se le subieron los humos a la cabeza tras una sola victoria. Ten cuidado, Xena, aún no te he atacado con todo lo que tengo —provoca.

Todavía estoy colocándome en la posición adecuada cuando su puño impacta en mi mandíbula, arrancándome una carcajada silenciosa. Bajo la cabeza y alzo la mano buena para rodear su cuello con los dedos, ejerciendo la presión justa para que las ganas de moverse se apaguen lentamente. Subo la rodilla contraria al brazo que tengo ocupado y la clavo en su abdomen. El novato se retuerce sin parar hasta que me canso y decido soltarlo.

Cuando vuelvo a mirar el reloj a mi derecha mientras espero a que Cyran se coloque, soy consciente de que solo tenemos para una ronda más. El tiempo es lo más preciado que existe, lo único que no puede recuperarse. Aun así, no me importa perder una porción del mío en demostrarle a mis oponentes por qué soy más fuerte que ellos. El marcador está empatado después de casi cuatro horas. Quien gane esta última, lo gana todo.

—Dime, ¿la paliza que te di dañó tu preciado ego?

—Para nada, princesa.

—Ah, ¿no? Qué curioso, a mí me pareció todo lo contrario.

—Error de perspectiva.

—La gente como tú suele ser bastante predecible, ¿lo sabías? Una diferencia de altura notable, unos brazos que podrían romper un muro si quisieran, un torso capaz de aguantar mil golpes. Pero déjame contarte un secreto que te encantará saber. —Acerco mi rostro al suyo hasta que las puntas de nuestras narices chocan—. Eso no te servirá toda la vida. Un guardián inteligente y aparentemente más débil que tú, creo que tendría suficiente con cinco minutos para aplastarte.

—¿Me estás llamando tonto?

—Si has entendido el mensaje, quizá no lo eres tanto.

—Tú misma lo has buscado. Mi paciencia no da para más.

En el instante en el que siente esa urgencia por terminar con nuestro divertido debate, sé que ha caído. Su mirada se pasea por mi cuerpo y finaliza su camino en mi mejilla. Cuando atrapo su puño antes de que sus nudillos puedan rozarme la piel, su mandíbula se tensa y el humo sale disparado de sus orejas. Sin querer desperdiciar un minuto más, lanzo el mismo golpe que él tenía pensado y veo como se precipita hacia el suelo.

IgnisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora