Capítulo 20

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20| DÍAS FRÍOS

El otoño llegó al reino del fuego.

Todas las hojas de los árboles de los frondosos bosques del reino ya habían tomado ese tono rojizo tan cálido y característico que combinaba con la fachada del castillo y algunas empezaron a cubrir el suelo. El viento soplaba con fuerza por las mañanas y se colaba por la ropa al anochecer. El sol empezó a esconderse cada vez más temprano, dejando salir a una luna con unas inmensas ganas de brillar.

Era aterrador pensar que habían pasado casi cuatro meses desde que vi a mi familia por última vez, desde que salté la muralla fronteriza, desde que descubrí como era vivir en el norte de la isla más grande del archipiélago y desde que empecé a cargar con el peso de mis secretos. Echaba de menos a Marvin, echaba de menos sentir que no tenía nada que ocultar y echaba de menos mi magia. Aunque, sin duda alguna, lo que más echaba de menos verle el sentido a continuar con una misión a la que no le veía el final.

Estaba exhausta, dolida y enfadada.

Todo lo contrario de lo que intentaba aparentar.

Durante las últimas semanas, me dio la sensación de que el tiempo seguía corriendo para los demás mientras yo seguía estancada en el momento en el que Fénix me confesó que tenía la magia del fuego corriendo por mis venas. Por suerte, en los entrenamientos en el castillo me distraje lo suficiente como para dejar de darle vueltas al tema.

Fénix decidió dejar de lado aquel límite cruzado anteriormente y centrarse en que Cosme y yo nos adaptáramos al fuego y a saber usarlo para defendernos. Los últimos días habíamos estado trabajando en equipo. Todos con todos y todos contra todos. Según el rey, saber en quién depositar nuestra confianza cuando la situación se descontrolaba era algo fundamental. Por esa misma razón, nos dividió en dos grupos cada mañana y nos dejó divertirnos dentro de las paredes del castillo. En una de esas veces, Cosme y yo estuvimos en el mismo bando y, aunque por nuestra poca experiencia supusimos que no había ninguna posibilidad de ganarle a Olek, Selene y Eros, utilizamos otros métodos que dejaron impresionado al rey.

Sorprendentemente, Cosme y yo hacíamos un buen equipo.

Unos suaves golpes en la puerta de casa me alertaron y me obligaron a abrir los ojos. Era de noche, posiblemente cerca de las dos de la madrugada, lo cual me hizo preguntarme si de verdad había alguien esperando que fuera a recibirle a estas horas o si, por el contrario, había oído mal.

Negué con la cabeza y rodé por el colchón, decantándome por la segunda opción. Era imposible que alguien estuviera ahí fuera.

Segundos más tarde, volví a oír los mismos golpes.

Me levanté de la cama y caminé por el pasillo con cautela.

La persona golpeó la puerta de nuevo.

—¿Se puede saber quién...? —callé al verlo.

Era Eros.

—Hola.

Habían pasado prácticamente tres semanas desde que estuvimos solos por última vez, en mi casa, cuando me di cuenta de que me estaba enamorando de él y sentí todas mis preocupaciones cayendo sobre mi espalda. En estas tres largas semanas no habíamos hablado mucho. Un «hola», un «adiós» o un «¿cómo estás?» era lo máximo que hablábamos en un día. La noche en la que supe que no podía seguir con eso, volví a construir el muro que nos separaba.

Aun así, Eros estaba trepando por él.

A pesar de que crecía y crecía y crecía.

—¿Qué haces aquí? —pregunté finalmente.

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