Capítulo 10

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10| AL BORDE DEL PRECIPICIO

—¿Tienes pensado hacer algo hoy? —cuestionó el renacuajo, bajando los brazos—. Venciste un día y no has vuelto a esforzarte.

Mi poca paciencia se volvió inexistente.

Los comentarios de Cosme empezaban a ser más difíciles de soportar y los entrenamientos, el único momento del día en el que estaba lejos de Eros y en el que podía descargar parte de mis frustraciones. Miré al renacuajo otra vez. Quizá él podía ayudarme a despejar mi cabeza. Antes de pensarme de nuevo si lo que tenía en mente era lo correcto, como debería de haberlo hecho, tomé una decisión. Muy posiblemente, una que me arrepentiría de haber tomado.

—Deberías darme las gracias, ¿no crees? —me coloqué en posición y una sonrisa burlona tiró de mis labios—. Te di un día entero para que superaras la derrota. Debió de haber sido duro ser vencido por una forastera que lleva tan solo un mes entrenando.

—Qué detalle —rio—. Creo que se me ocurre una buena manera de devolverte tu gran gesto de amabilidad.

—Demuéstralo, entonces.

En cuestión de segundos, planeé la estrategia que usaría con Cosme y la máscara que mantenía mi verdadera identidad oculta se quebró. Era una minúscula brecha, casi imperceptible, pero que me llevaría directa al hoyo si no la cerraba de nuevo. Aun así, teniendo a Cosme delante de mí con los puños alzados y las voces de mi cabeza gritándome sin parar, la brecha dejó de importarme.

—Anoche estuve pensando en tu situación y en lo que me dijiste el otro día —empecé. Su ceño fruncido alimentó mis ganas de llamar al caos—. Tal vez no tengo hermanos. Pero sigo siendo una persona muy observadora.

—Ya. Limítate a entrenar, Xena. Tú y yo no tenemos nada de lo que hablar.

—¿Cuánto tiempo llevas intentando ponerte a su nivel? —hablé, esquivando el golpe que venía directo a mi mejilla—. ¿No crees que es más fácil asumir de una vez por todas que tu hermana es mejor que tú?

Mi madre siempre me repetía que los ojos son el reflejo del alma. Nunca había creído en esa expresión. Hasta que me vi a mí misma reflejada en los ojos de Cosme. Su punto débil era Selene, igual que el mío era Asher. Podía ver en su rostro el mismo sentimiento de querer echarlo todo por tierra y dejar de hacer esfuerzos inútiles que yo sentí en su momento.

Tal vez, ya había dejado de hablar de lo que él sentía.

Tal vez, estaba hablando de mí.

—Responde —insistí—. ¿No te cansas?

—¡Que te calles de una vez! —todas las miradas fueron a parar a nuestra esquina, a nuestra discusión a gritos—. Te he dicho que te limites a entrenar. Así que cierra la boca. No es mi culpa si no eres capaz de vencer a alguien sin meterte en su vida personal.

—Creo que no te he oído bien. ¿Decías que Selene era...?

Y esa fue la llave que le abrió la puerta al caos.

Mi voz se apagó cuando su puño terminó impactando en mi mejilla, con menos fuerza, pero más rabia de la usual. La cordura me abandonó y le devolví el golpe el doble de fuerte. Sabía que le había prometido a su hermana que no le haría daño a Cosme, pero en aquel momento sólo la promesa que le hice a Marvin existía.

Necesitaba descargar mis emociones de alguna forma.

Echaba de menos a mi madre. Echaba de menos a mi padre. Echaba de menos a mis dos hermanos. Echaba de menos sus bromas malas. Echaba de menos su facilidad de convertir un día malo en el que las ganas de hundirte en el océano son demasiado fuertes, en uno lleno de alegría. Echaba de menos mi habitación. Echaba de menos sus paredes grises y azules.

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