Capítulo 24

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24 | ÁGAPE

Las horas pasaron sin que me diera cuenta después de que volviera la luz. Mi mente, en cambio, parecía no querer avanzar. En mi cabeza se repetía constantemente la imagen de mis ojos en el espejo y el momento en el que me di cuenta de la gran diferencia entre los guardianes del fuego y yo. Una vida aquí, junto a ellos, nunca fue una opción. No importaba de quién tuviera sangre o de quién estuviera enamorada. Yo no pertenecía al reino del fuego y debía volver a donde sí pertenecía. Era el camino correcto, después de todo.

Por eso, mi plan de huida ya estaba hecho.

Había pasado las últimas dos horas de la madrugada pensando en cuál sería la mejor situación y la conclusión siempre fue la misma: irme en medio de la noche, sin avisar, cuando nadie pudiera verme salir del reino. No quería marcharme antes del cumpleaños de Eryx y que no pudiera disfrutarlo como se merecía, pero tampoco podía quedarme sentada viendo como mi máscara seguía destrozándose minuto a minuto, así que decidí que huiría el día después de su cumpleaños. Lo cual significaba que me quedaban menos de dos días para guardarme todos mis recuerdos con los guardianes del fuego y dejarlos atrás, encerrados tras la muralla. Hacía mucho tiempo que sabía que mi marcha iba a ser dolorosa, pero nunca llegué a pensar que necesitaría tantos golpes de realidad para darme cuenta de que, cuanto más tardara en irme, más aumentaría ese dolor. Marvin necesitaba escapar de Aqua y conocer la verdad, sobre nuestra familia y sobre el reino en el que vivíamos. Una verdad que sólo yo podía mostrarle. Además, todavía seguía teniendo en mente esas dos promesas que quería cumplir.

Me deshice del agarre que el rubio mantenía firme en mi cintura y salí de la cama con las piernas temblorosas. Después de darle tantas vueltas a lo que pasaría en dos días, no pude evitar sentir la necesidad de aislarme durante unos minutos y reflexionar sobre lo que estaba a punto de suceder. Por eso mismo, terminé encerrada en el cuarto de baño, mojando mi rostro con agua fría.

Reí tristemente al subir la mirada y ver las pocas lágrimas que se amontonaban en mis ojos. Estaba horrible. Me apresuré a deshacerme de ellas y me dejé caer en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. Rodeé mi cuello con la bufanda roja que había tomado del sillón antes de entrar e inspiré hondo. El olor a canela se estaba yendo, apenas podía notarse. Permanecí allí con los ojos cerrados durante unos largos y eternos minutos. Los párpados me pesaban, el cuerpo me exigía un descanso y las voces de las dudas cada vez se hacían más difíciles de acallar.

¿Estaba haciendo lo correcto? Sí.

¿Estaba haciendo lo que dictaba la razón? Sí.

¿Era realmente eso lo que quería hacer? No. Pero no todas las historias pueden tener un final feliz que le guste a todos. La mía era una de esas muchas historias.

Respiré hondo de nuevo, reprimiendo las ganas que tenía de gritar a los cuatro vientos que no quería renunciar a nada ni a nadie por mi familia, que ellos no se merecían que les diera la satisfacción de regresar a Aqua como una hija obediente después de haberme ocultado tantas cosas y haberme mandado a descubrirlas al reino que tanto nos odiaba. Sin embargo, la sonrisa de mi hermano mellizo seguía apareciendo en mi cabeza cuando tenía la mínima duda sobre mi regreso. Él no tenía por qué vivir engañado por más tiempo, así que yo misma me encargaría de conservar esa sonrisa y asegurarme de que Marvin sí vivía el final feliz que yo no podía tener.

Finalmente, me levanté del suelo con una idea en mente para pasar la noche y no arriesgarme a encontrarme con mis temores mientras dormía. Salí del cuarto en silencio, intentando hacer el menor ruido posible para no despertar a Eros. Lo que iba a hacer, necesitaba hacerlo sola.

Rebusqué por los cajones lentamente hasta que encontré papel y algo con lo que escribir. Una vez los tuve en mano, me senté en la mesa de la cocina de la casa, que quedaba lo suficientemente lejos del dormitorio. Tomé la pluma con mi mano temblorosa y empecé a escribir cuidadosamente todo lo que estaba pasando por mi cabeza. No podía confesarles la verdad sobre mí antes de irme, pero nada me impedía dejarles una carta con toda la verdad para cuando me fuera. Cuando mis pies pisaran las calles del reino del agua de nuevo, no tenía por qué seguir ocultándolo.

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