Capítulo 9

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9| EROS

Abrí los ojos y observé a mi alrededor, acostumbrándome a la luz de los rayos de sol que se colaban por la ventana. No podía terminar de reconocer el lugar en el que estaba. Había estado allí, pero no sabía cuándo ni por qué. Mi cabeza todavía daba vueltas.

—Buenos días, Xen —el guardián de sonrisa amable apareció en mi campo de visión; en el mismo instante en que lo vi, supe que estaba en su casa—. Menos mal que has despertado. Estábamos de los nervios.

—No recuerdo prácticamente nada de las últimas horas. ¿Por qué estoy en tu casa?

—Te desmayaste poco después de que oyéramos la conversación de Eros y Klaus, en la cocina —explicó—. Estuviste a punto de chocar tu cabeza con la encimera. Por suerte, mis reflejos decidieron funcionar a tiempo.

Vestigios de la conversación de la que hablaba llegaron a mi cabeza como flechas. Lo que Eryx me confesó tras oír la discusión de los otros dos fue más que suficiente para conseguir que el pánico me invadiera y las dudas empezaran a carcomerme. Saber que mi familia podía haberme ocultado ese tipo de información antes de venir al norte fue un golpe demasiado duro. Y llegó en el peor momento.

—¿Te duele algo? —preguntó. Parecía genuinamente preocupado por mi estado—. ¿Quieres que te traiga mis maravillosas galletas? ¿Un vaso de agua, tal vez?

—Estoy bien, Eryx, sólo fue la impresión del momento. Supongo que no pude evitar acordarme de la pérdida de mis padres de hace unos años...

Mentir acerca de mi familia me dejaba un mal sabor de boca.

Mucho más después de lo ocurrido.

—Te entiendo perfectamente, Xen. A muchos de los guardianes que conoces nos arrebataron a nuestros padres de nuestras manos cuando éramos solo unos críos. En su momento nadie entendió por qué, pero Fénix se encargó de darnos las respuestas que necesitábamos.

La nueva información me sentó como una patada en el estómago. Estaba claro que el supuesto conflicto entre nuestros reinos venía de lejos y, por si fuera poco, las probabilidades de que toda mi familia estuviera involucrada en él eran más altas de lo que me gustaría admitir.

Necesitaba respuestas. Quería saberlo todo.

—Buenos días, Xena —saludó Klaus al entrar en la habitación con una sonrisa nerviosa. Estaba casi igual de inquieto que Eryx—. ¿Cómo te encuentras?

—Estoy bien. No hay nada de qué preocuparse —aseguré.

—Me alegra oír eso —se sentó en la cama a mi lado, rascando su nuca—. Eryx me comentó lo que sucedió ayer. Quería pedirte disculpas por lo que escuchaste. No era mi intención culparte por algo que ni siquiera sabías. Lo siento, Xena.

—Lo entiendo, Klaus. Todos tenemos nuestros momentos.

—¿Todo bien, entonces?

—Claro. Todo bien.

—Eros se ha quedado dormido en el sofá hace un par de horas —aclaró—. ¿Quieres que vaya a decirle que estás despierta?

—No hace falta —me incorporé en la cama y apoyé mi espalda en el cabecero, frotando mis ojos—. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

—Desde la tarde de ayer. Ahora son las nueve de la mañana.

—Eros ha estado contigo toda la noche —comentó Eryx con una sonrisa. Podía deducir por qué sonreía—. Se ha negado a dejarte sola hasta que hemos tenido que obligarle a descansar. Estaba preocupado por ti.

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