EPÍLOGO

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Jackson Miller miró la fotografía que acababa de llegar a su celular. Era su nieto, se veía hermoso y sobre todo se parecía a su amada esposa Margaret, sus manos temblaron al sostener el teléfono. Hacia unos momentos había estado mirando a través de la ventana, el lugar empezaba a cubrirse de una blanca capa de nieve. Nunca en su vida había sentido tanta soledad, y a pesar de que él lugar era cálido debido a la chimenea que se hallaba en la sala, su corazón se sentía helado.

Pensó que hubiera sido si su hijo viviera, era seguro que lo perdonaría, después de todo había sido él quien lo había buscado en un principio, además tenía un corazón noble. ¿cómo pudo ser tan ciego y tan egoísta? De no haber sido tan arrogante y actuado tan estúpidamente ahora podría estar al lado de su nuera y de su nieto, además de su hijo, pero lo había echado todo a perder y no había vuelta atrás, ahora daba gracias de poder ver a su nieto cuando menos a través de fotografías, eran cuatro las que ya tenía de él, Olivia se las enviaba y el agradecía porque sabía que era lo único que iba a obtener de ellos, todo derecho se lo había cortado él mismo.

Miró la foto una vez más, tocó el rostro del pequeño con sus arrugadas manos. No pudo evitar que las lágrimas asomaran a sus ojos. Tenía lo que merecía, lo sabía, pero como dolía.

De prisa limpió las lágrimas al escuchar unos suaves golpes a su puerta. Era Navidad y sabía de quién se trataba.

A pesar de que toda su vida había sido un patán, la vida le estaba dando una segunda oportunidad, no en el amor porque ya era viejo y no aspiraba a nada romántico, después de todo estaba seguro de que jamás superaría la muerte de su esposa, pero si aspiraba a la amistad de esa encantadora mujer, que era su vecina, era una mujer ya mayor, una enfermera jubilada, que siempre estaba atenta a lo que se le ofreciera.

Abrió la puerta. Martha le sonrió desde fuera, él la invitó a pasar, no sin antes tomar lo que llevaba en sus manos. Ambos comerían juntos, ella era viuda, sin hijos y estaba tan sola como él, con ella era fácil conversar y en un arranque de sinceridad le había contado su vida y lo que había hecho. Ella no lo juzgó y él supo que ya no estaba solo, y un mundo de esperanza se abrió ante él. Quizás algún día se perdonara a sí mismo.

*****
¿Crees que esto le alegre la noche? - interrogó Olivia. - guardando su celular, después de enviar la foto de su hijo.

_ Estoy seguro. - la abrazó James, besando sus labios fugazmente _ creo que de verdad ha cambiado.

_ Algún día te presentarás a él.

_ No lo hago porque no quiera. - la miró serio. _ me aterra que su cambio sea momentáneo, sólo por las circunstancias que ahora está viviendo, no puedo dejar de pensar que en cuanto sepa que no estoy muerto y que puede aspirar a una mejor calidad de vida, su yo anterior vuelva y temo por ustedes, por ti y mi pequeño, no soportaría que él se metiera con ustedes, son lo que más amo en este mundo y por quienes vivo. No deseo verme luchando contra él y no quiero hacerlo.

_ Y no lo harás. - acarició su rostro con ternura. _ desde siempre tú has estado por encima de él, no podría dañarte más de lo que ya lo hizo, y tu gran ventaja es que ya lo perdonaste, que, si no lo tienes a tu lado, es por proteger a tu familia, no porque no lo quieras o le guardes rencor, y te admiro tanto por eso. - se colgó a su cuello.

El rodeó su cintura, estaba a punto de besarla, cuando escucharon que la puerta de la terraza se abría.

_ Así que aquí están. - escucharon la voz de Elizabeth. _ estamos sirviendo la cena solo faltan ustedes.

Ellos sonrieron, se dieron un ligero beso y la siguieron al interior. La calidez los invadió, afuera hacía frío, los primeros copos de nieve empezaron a caer, pronto los caminos se volverían intransitables, pero eso no importaba, se encontraban en el rancho de Santiago, todos estaban ahí, todos los hombres de la sierra, con sus familias y uno que otro invitado, en verdad era mucha gente, demasiada, y aun así todos se entendían, todos se ayudaban, todos se coordinaban, para que aquello no se saliera de control y se formara un caos, era como si cada quien tuviera ya una función y la llevaban a cabo, la alegría y la paz eran evidentes.

_ Hijo. - escuchó James la voz de Abigail, la ex de su padre. _ aquí están sus lugares. - le indico las sillas vacías. Él sonrió y condujo a su esposa hacia allá.

Se sentía tan feliz de tenerla ahí, lo había adoptado como su hijo y también a su esposa y su pequeño, cuando visitaban su hogar, era como si de verdad fuera su madre, los hijos de ella también los recibían con cariño, no olvidaban que, gracias a él, ahora eran libres y podían vivir tranquilos. Ella y su abogado estaban ahora en una relación y pronto habría boda, lo que lo alegraba porque era un buen hombre y sabía que la haría feliz y ella a él.

James miró a su alrededor, no podía sentirse mejor, se sentía en familia, su gran familia. Miró a su esposa que ahora tenía en sus brazos a su pequeño. Él lo coloco en su regazo, la abrazó a ella y le dio un beso tierno.

_ Esto no es nada. - dijo. _ pero en cuanto pueda te compensaré. - sonrió feliz. Sus ojos brillaban.

_ A mí no me apena que me beses en público. - lo incitó, sabiendo que él era más recatado que ella.

_ Lo sé. - sonrió. _ pero no quiero parecer un depravado, justo en la fiesta de navidad.

_ Solo por eso te lo perdono. - sonrió dándole un casto beso en la mejilla.

Luego se integraron a la algarabía de los demás. Su felicidad era plena.

AMOR ENTRE BALAS Y COMPUTADORAS No.1️⃣2️⃣//SERIE: HOMBRES DE LA SIERRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora