Con el archivo firmemente sujeto, aceleré el paso hacia la entrada del juzgado. Cada eco de mis pasos en el mármol resaltaba la gravedad del lugar, contrastando con la oleada de adrenalina que bombeaba en mis venas. Al alcanzar el interior, noté a mis compañeros de batalla legal, Félix, Cassie y Chad, ya ocupando sus lugares en la primera fila a la izquierda. No muy lejos de ellos, Leonart Craig, el respetado decano de la Escuela de Derecho de Springfield University y nuestro jefe, se encontraba acomodado junto al cliente que nuestro bufete representaba.
Justo enfrente, el acusado y su defensor esperaban, con evidente ansiedad, la declaración del juez.
-Decano Craig -murmuré mientras me acercaba, extendiendo el importante archivo hacia él.
Craig, con una expresión de seriedad y concentración, aceptó la carpeta amarilla que le pasé. Tomando asiento junto a Cassie, quien había sido mi roca desde nuestros días universitarios, pude percibir su tensión. A pesar de su brillantez, Cassie había lidiado con ansiedad y depresión desde su adolescencia.
Ella me miró, curiosidad brillando en sus ojos. -¿Qué le diste?
-Pronto lo verás -le susurré, una sonrisa confiada asomando en mis labios.
La voz profunda del juez rompió el murmullo de la sala, llamando al señor Craig al estrado. Sin titubear, Craig se puso de pie, emanando una autoridad innata.
-Habiendo presidido casos durante años, entendiendo la ley de este país en su totalidad, estamos claros en que ni la orientación sexual, ni la religión, ni las opiniones... -hizo una pausa, dirigiendo una mirada intensa al jurado-, jamás deben ser factores de juicio.
El juez levantó una mano, recordándole con impaciencia que debía ir al grano. Pero Craig, con esa chispa que solo él tenía, replicó: -Estas no son mis palabras, juez Bush. Son suyas. Las pronunció en un juicio en 1992, defendiendo a un cliente que fue injustamente tratado por su homosexualidad.
El juez parecía haber sido golpeado en el estómago, y Craig, aprovechando ese momento, presentó el archivo que yo le había proporcionado. Haciendo referencia a la Constitución, delineó meticulosamente cómo la Universidad Católica de Utah había violado los derechos de nuestro cliente, el señor Wan, por su fe budista. Cada palabra que Craig pronunciaba estaba impregnada de convicción.
La victoria, cuando vino, fue dulce. Al salir del juzgado, el aire se sintió diferente, más liviano.
-¡Lo logramos! -exclamó Cassie, incapaz de contener su emoción.
Chad asintió con una sonrisa. -Excelente hallazgo, Elara.
Mis mejillas ardían con orgullo. No solo habíamos triunfado, sino que habíamos garantizado una compensación de 5 millones de dólares para el señor Wan. El reconocimiento del decano Craig fue la cereza del pastel. Una vez más, había probado mi valía en Springfield Attorneys At Law.
(...)
-Elara, cada vez que actúas, confirmas que tienes el talento y la habilidad para esto -afirmó Craig, recogiendo sus pertenencias de la pulida mesa de caoba-. Te superas constantemente.
Desde el sofá donde estaba sentada, incliné la cabeza en señal de agradecimiento, esbozando una sonrisa genuina. Veía cómo el decano empacaba con meticulosidad, evidentemente satisfecho con el día.
-Veo que ya tenemos a nuestra embajadora para New York -Félix comentó con un tono ácido, su mirada enfocada en mí.
El sarcasmo de Félix Knight era como su tarjeta de presentación. No ocultaba su descontento, y aunque entendía su frustración, no dejaría que socavara mi satisfacción.
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DESACUERDOS Y DESEOS© (+18) LIBRO 1
RomanceDesde el primer momento en que Félix y yo cruzamos miradas en los pasillos de la universidad, ambos supimos que éramos como el fuego y el agua-elementos que nunca se mezclarían bien. Ahora, el destino nos ha lanzado en un elegante laberinto de corba...