Pocos minutos después de que comenzara el juicio, el señor Craig pareció tambalearse varios centímetros hacia atrás. Si no hubiera sido por un oficial de policía que se encontraba cerca y reaccionó rápidamente, habría sufrido una caída bastante aparatosa. El procedimiento fue interrumpido de inmediato. Se llamó a un médico para evaluar su condición y, según el diagnóstico, al señor Craig le había bajado el nivel de glucosa en sangre. No era diabético, pero el doctor explicó que esta situación también puede ocurrir cuando se consume alcohol en exceso. Nunca había visto al señor Craig beber, excepto cuando tomábamos vino para celebrar algún triunfo, pero, de todos modos, era muy poco lo que sabía acerca de su vida fuera del trabajo.
El juez decidió aplazar el juicio hasta el día siguiente y sugirió al señor Craig que delegara el caso a un abogado público, pero él se negó rotundamente, asegurando que solo necesitaba descansar un poco. A pesar de la situación, no pude evitar admirar la determinación del señor Craig de seguir adelante a pesar de las circunstancias.
(...)
Al día siguiente, Félix y yo nos presentamos temprano en la residencia del señor Craig. Habitualmente, nuestro punto de partida sería directamente desde nuestras propias casas hacia la corte, pero el señor Craig nos había insistido en que era imperativo replantear nuestra estrategia en el caso.
-Buen día, jóvenes -nos recibió con un aire de gravedad.
-Buenos días, señor -respondimos casi al unísono, como si hubiésemos ensayado la respuesta.
-Señorita Clarke -sus ojos se fijaron en mí con una intensidad que me puso en alerta-, usted llevará la batuta como abogada defensora en este caso.
No pude evitarlo; estallé en una risa franca. Seguramente, el señor Craig estaba intentando aligerar el ambiente con humor. Sin embargo, un silencio tan espeso como la niebla se apoderó de la sala.
-¿Habla en serio? -pregunté, aún incrédula.
-Completamente -respondió, entregándome una carpeta amarilla con documentos-. Prepárese; salimos en una hora.
Y con esa declaración, se retiró a su habitación. Intercambié una mirada atónita con Félix, quien se limitó a encogerse de hombros como si dijera: "Ahora te toca a ti". Sentí como si estuviera al borde de un abismo; si fallaba, no solo me hundiría yo, sino que también arrastraría la confianza que el señor Craig había depositado en mí.
Prácticamente me abalancé sobre el lujoso sofá de la sala de estar y dejé caer la carpeta sobre la mesa de centro. Afligida, llevé mis manos al rostro.
-Votre désir de réaliser quelque chose doit être plus grand que votre peur de cette chose -dijo Félix, sentándose a mi lado y rompiendo el tenso silencio. (Tu deseo de conseguir algo debe ser mayor que tu miedo a ello).
Normalmente, su voz en francés solía provocar un cosquilleo en mi estómago, pero esta vez, mis nervios eran más fuertes que cualquier encanto.
-La cita de algún filósofo no va a calmar mis nervios -respondí, con un ligero tono de amargura, manteniendo mis manos en mi cara y los ojos cerrados.
-No, pero quizás te recuerde lo grandiosa que eres -afirmó con sencillez.
Bajé mis manos y lo miré a los ojos. Hubo un silencio que duró lo que pareció una eternidad pero probablemente fueron solo unos segundos. Él sonrió, y eso derribó la última de mis defensas.
-Gracias, Félix -dije mientras apartaba mi cabello de mi cara-. Realmente aprecio tus intentos por levantarme el ánimo.
-No es solo por darte ánimos. Lo digo en serio, Clarke. Eres asombrosa en lo que haces -sonrió de nuevo-. Además, ¿no es hora de que saquemos a relucir nuestras garras contra Chad?
Esa sonrisa y el recordatorio de quién estaba en el lado contrario me alentaron.
Agarré la carpeta de la mesa y me dirigí con paso decidido hacia la biblioteca del señor Craig. Ahora más que nunca, necesitaba diseñar una estrategia impecable para este caso.
(...)
Una hora y media después, estábamos camino al juzgado. La sala parecía igual de atestada que el día anterior. El señor Craig no perdió tiempo y se dirigió rápidamente hacia el estrado para discutir el cambio con el juez Bush. Chad, también se aproximó. Al escuchar la propuesta del señor Craig, me dirigió una mirada de pura diversión. Yo simplemente arqueé una ceja, proyectando una confianza que apenas comenzaba a sentir.
-Señorita Clarke, por favor, pase al frente -instruyó el señor Craig, su tono lento y deliberado.
-Adelante -me susurró Félix, dándome un apoyo silencioso antes de que yo cambiara de asiento.
Avancé los pocos pasos necesarios para sentarme en el escritorio de enfrente, mientras el señor Craig tomaba mi antiguo lugar en el banco de madera. Comencé a conversar con nuestra clienta, Michelle Carson, mientras organizaba los documentos que iba a necesitar. Sorprendentemente, me sentía más relajada de lo que hubiera imaginado. Tenía el respaldo del señor Craig y de Félix; no podía decepcionarlos.
-Clarke... -escuché la voz de Chad detrás de mí.
Me levanté de mi silla y me planté frente a él.
-Chad... -respondí, manteniendo mi tono neutral.
-Siempre te creíste mejor que todos -dijo, haciendo una pausa antes de añadir-: ahora míranos, estás a punto de ver quién es mejor que quién -sonrió, pero la incredulidad se reflejaba en su expresión.
-Algunas personas simplemente son -dejé escapar una sonrisa fugaz-, mejores que otras...
-¿Realmente crees que eres mejor que yo?
-Creo que -me incliné hacia él, disminuyendo la distancia entre nosotros-, ambos conocemos la respuesta a esa pregunta -murmuré antes de sonreír con malicia.
Me giré y regresé a mi asiento. Chad hizo lo mismo, claramente enfadado. Ambos compartíamos un espíritu competitivo, pero eso no nos hacía iguales; era una cualidad que todos los estudiantes de derecho poseíamos.
(...)
Pocos minutos después, el juicio se puso en marcha. Chad no tardó en lanzar sus preguntas con fiereza, como un león ante su presa. Nuestra clienta, Michelle Carson, parecía un manojo de nervios, a punto de deshilacharse.
-Entonces, señora Carson, ¿tiene usted alguna coartada que pueda convencer a este jurado de que no fue usted quien asesinó a su esposo? -interrogó Chad, su tono cargado de sarcasmo.
-Ya lo he dicho antes, ¡y lo diré otra vez! Estaba en el parque ejercitándome, como parte de mi rutina diaria. Cuando llegué a casa, encontré a mi esposo malherido. ¡No fui yo quien lo mató! -Michelle Carson estaba al borde del colapso, su voz teñida de desesperación y furia.
Chad se permitió una sonrisa victoriosa, pero disimulada, como si acabara de ganar el primer round de una larga pelea. -Con esa actitud, señora Carson- dijo, mostrando sus dientes-, no sería difícil imaginar que usted es capaz de matar.
Sin un ápice de remordimiento ni cortesía, Chad informó al juez Bush que había concluido su interrogatorio y regresó a su lugar. Podía ver cómo se regodeaba en su asiento, como un lince satisfecho después de un festín. Un escalofrío de anticipación recorrió mi columna vertebral. Este era mi turno, mi oportunidad para nivelar el campo de juego.
Segundos más tarde, le tocó testificar a la joven Carson, la hijastra de Michelle. Una adolescente de rostro sombrío que aseguraba que su madrastra había sido la asesina de su padre. Mientras ella se preparaba para hablar, sentí una mezcla de excitación y desafío.
No podía fallar. No frente a Chad, no frente a Michelle, y definitivamente no frente a mí misma.
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DESACUERDOS Y DESEOS© (+18) LIBRO 1
RomanceDesde el primer momento en que Félix y yo cruzamos miradas en los pasillos de la universidad, ambos supimos que éramos como el fuego y el agua-elementos que nunca se mezclarían bien. Ahora, el destino nos ha lanzado en un elegante laberinto de corba...