La tarde había transcurrido como lo esperábamos. El picnic, el ambiente, nosotros, todo era perfecto. Félix y yo habíamos decidido quedarnos en el mismo lugar hasta tarde para poder ver el atardecer.
Yo estaba acostada, la cabeza descansando en sus piernas, totalmente inmersa en las páginas de un libro que me había cautivado desde el primer capítulo, "Los siente maridos de Evelyn Hugo". Félix estaba igual de absorbido en algún libro de aventura, "Larimar: un misterio bajo tierra". Su espalda estaba cómodamente apoyada en una roca monumental que servía como nuestra silla improvisada. De alguna manera, lograba leer y deslizar sus dedos por mi cabello al mismo tiempo, una multitarea que solo incrementaba su atractivo. Esa caricia en particular tenía la habilidad de deshacer cualquier estrés residual en mi sistema.
-¿Quieres yogurt? -le pregunté, enderezándome para alinearme con sus ojos de ese azul oscuro cautivador.
-Por favor -articuló, con un tono de distracción, al mover su libro para darle paso a mi presencia.
Con una jugada decididamente teatral, levanté un frasco de yogurt griego y otro de fresa. -¿Natural o fresa?
Él dejó escapar una risita. -El que quieras, mi amor.
Sin más preámbulos, deposité el frasco de yogurt con trocitos fresa en su mano abierta. Si bien era mi favorito, quería que él saboreara lo que a mí me gustaba. Sonrió, como si hubiera ganado alguna apuesta silenciosa consigo mismo.
-Tienes algo en la nariz -murmuró, con un atisbo de picardía en su voz.
Mis ojos se agrandaron. -¿El qué? -Intenté cruzar la vista, como si pudiera ver mi propia nariz.
-Aquí -dijo, y antes de que pudiera reaccionar, un poco del yogurt de fresa adornó la punta de mi nariz.
-¡No! -exclamé, antes de una carcajada- ¿Eres tonto?
(...)
La transición del día a la noche nunca había sido tan fascinante. La puesta de sol se desplegaba ante nuestros ojos como un tapiz meticulosamente tejido con hilos de naranja, rojo y amarillo, un espectáculo de la naturaleza que Springfield nos regalaba. Era imposible no perderse en la inmensidad del cielo que se extendía sobre nosotros, tiñendo todo a su paso con un brillo cálido y dorado.
Instintivamente, me acerqué a Félix, envolviendo mis brazos alrededor de su torso mientras seguíamos observando el crepúsculo. Sentí sus brazos posarse en mis hombros, un gesto protector y cariñoso que me hizo sentir como si estuviéramos a solas en el universo, a pesar de la vastedad que nos rodeaba. En ese instante, el sentimiento de paz y unión que flotaba en el aire era, sin duda, uno de los más hermosos que había experimentado en mi vida.
-Clarke -me llamó, rompiendo el silencio.
-¿Si? -respondí, sin apartar mi vista del horizonte.
-Tengo que preguntarte algo...
Me obligué a salir de mi ensimismamiento y me aparté ligeramente de él para poder mirarlo a los ojos. Atrapó mis manos con las suyas.
-Quiero que seas mi novia -dijo, aclarándose la garganta nerviosamente-. ¿Te gustaría ser mi novia, Elara Clarke?
El tiempo pareció detenerse por un instante. Aunque estaba emocionada por su propuesta, las palabras parecían atascarse en mi garganta, negándose a salir.
Justo cuando estaba a punto de responder, mi teléfono comenzó a sonar, rompiendo el hechizo del momento. Al ver el nombre del señor Craig en la pantalla, tanto Félix como yo fruncimos el ceño, confundidos. Era inusual recibir una llamada de él, especialmente si no había casos pendientes que requirieran nuestra atención inmediata.
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DESACUERDOS Y DESEOS© (+18) LIBRO 1
RomanceDesde el primer momento en que Félix y yo cruzamos miradas en los pasillos de la universidad, ambos supimos que éramos como el fuego y el agua-elementos que nunca se mezclarían bien. Ahora, el destino nos ha lanzado en un elegante laberinto de corba...