La tensión en la sala era tangible. Cada palabra, cada movimiento, cada objeción, se sentía como un duelo. El ambiente estaba cargado, y todos estábamos sumidos en una expectación total.
Durante los últimos cinco días, nos sumergimos en la investigación del caso; con toda la documentación ya dispuesta sobre la mesa, sólo podíamos aguardar el desenlace. Nuestra confianza en el señor Craig era inquebrantable; después de todo, era un abogado competente y contaba con todos los datos que habíamos reunido para la defensa.
-¿Señor Marshall, desea interrogar al acusado? -preguntó el juez Bush.
El señor Marshall asintió y se puso de pie. Era el abogado del demandante. Su rostro reflejaba serenidad y confianza, la de un abogado experimentado en un momento de máxima tensión.
-Señor Thomas, ¿tiene alguna razón por la cual quisiera hacerle daño a la señora Escobar? -interrogó Marshall.
-No, absolutamente ninguna. Como mencioné anteriormente, éramos amigos y siempre hemos trabajado bien juntos.
-¿Está consciente de que las balas de salva, aunque no sean letales a una distancia segura, pueden causar daños si se disparan de cerca?
-Sí, pero jamás pensé que algo así pudiera suceder. Creí que la distancia entre nosotros era la adecuada.
Acomodándome en mi silla, absorbía cada detalle. Los días de investigación intensa estaban evidenciados en cada respuesta y pregunta.
-Mencionó que solían quedarse trabajando hasta tarde juntos. ¿Era común encontrarse solos en el set?
-No siempre, pero había ocasiones en que, por detalles específicos de una escena o ensayos de tomas, nos quedábamos solos.
Marshall asintió. -Durante esas ocasiones, ¿alguna vez tuvieron un desacuerdo o discusión que pudiera interpretarse como violento o amenazante?
-Nunca. Podíamos tener diferencias creativas, pero siempre en un marco de respeto.
-¿Puede afirmar con certeza que nunca tuvo la intención de lastimar a la señora Escobar?
-Lo puedo afirmar. Jamás he querido hacerle daño. Lo que sucedió fue un desafortunado accidente.
El señor Marshall hizo una breve pausa y, luego, concluyó: -No tengo más preguntas, su señoría.
Un silencio profundo y expectante inundó la sala mientras el juez Bush anotaba en su libreta. El futuro de James Thomas estaba en la balanza, y todos éramos partícipes de este decisivo momento.
Tras un breve silencio, el esposo de la fallecida Directora de Fotografía se dispuso a subir al estrado. A su vez, el señor Thomas regresó a su lugar, ahora ocupando la silla junto al señor Craig.
-Señor Juan Escobar, ¿jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad en este juicio? -inquirió el juez con un tono solemne.
-Sí, lo juro -afirmó el señor Escobar, manteniendo su mano derecha en alto.
El juez asintió. -Señor Craig, es su turno para interrogar al demandante.
-Gracias, su señoría -dijo Craig mientras se acercaba al estrado, sus pasos resonando con autoridad en la sala-. Señor Escobar, ¿cómo dio con los supuestos mensajes entre su esposa y el señor Thomas?
-Revisé su teléfono móvil -respondió Escobar de forma escueta.
-¿Y por qué se tomó la libertad de invadir la privacidad de su fallecida esposa? -preguntó Craig con una ceja levantada. Antes de que Escobar pudiera responder, Marshall continuó con rapidez-. ¿Acostumbraba hacerlo? ¿Con qué frecuencia lo hacía?
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DESACUERDOS Y DESEOS© (+18) LIBRO 1
RomanceDesde el primer momento en que Félix y yo cruzamos miradas en los pasillos de la universidad, ambos supimos que éramos como el fuego y el agua-elementos que nunca se mezclarían bien. Ahora, el destino nos ha lanzado en un elegante laberinto de corba...