CAPÍTULO 30

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-No iré -su voz tembló al pronunciar esas palabras.

-¿Qué? -fruncí el ceño, incrédula- Estás loco. Ni hablar.

-Prefiero quedarme aquí... contigo.

-Félix -coloqué mis manos tiernamente en su rostro-, realmente aprecio mucho que pienses así. Pero no puedes desaprovechar esta oportunidad -mis ojos se llenaron de lágrimas-, te has esforzado mucho, te lo mereces...

-¿Y tú qué harás ahora?

-Me quedaré a trabajar con el señor Craig -sonreí a pesar de todo-. Podemos visitarnos al final de cada temporada -trate de sonar entusiasmada.

-Elara, seamos realistas -sus ojos se llenaron de lágrimas-, Nueva York está a 4,600 kilómetros de aquí, no va a funcionar.

-Entonces no tenemos otra opción más que despedirnos aquí... -me dolió pronunciar esas palabras.

-¿Qué? -frunció el ceño, incrédulo- De ninguna manera.

-Félix, me niego a robarte esta oportunidad... No podría perdonármelo.

Él me abrazó rápidamente sin decir una palabra. Sus brazos se sentían cálidos y suaves. Lo rodeé con los míos y planeé no soltarlo nunca.

El aroma de su colonia me envolvió, un aroma que había llegado a asociar con la seguridad y la comodidad. Estaba perdiendo algo más que a un compañero; estaba perdiendo una parte de mí misma. Aunque sabía que lo correcto era animarlo a seguir adelante, no podía evitar sentir que el mundo que habíamos construido juntos se estaba desmoronando en pedazos. El tacto de su piel contra la mía me recordó todas las veces que estuvimos juntos. Aunque dolía, sabía que tenía que dejarlo ir.

(...)

Poco después, Félix me llevó a mi apartamento.

-Es mejor que te vayas -le dije, deteniéndome en el umbral de la puerta-, necesito pensar -mi voz era apenas un susurro.

Cerré la puerta antes de que pudiera responder. Tal vez estaba siendo demasiado dura con él, pero temía que decidiera no ir a Nueva York por mi culpa.

La noche se desplegó en una calma engañosa, su silencio en agudo contraste con el torbellino de mis pensamientos. Había estado tan segura de que me elegirían para ese trabajo en Nueva York; sin embargo, sentía una alegría genuina por Félix. Pero me conozco; también había una punzada de envidia, una nota amarga que añadía complejidad a mi estado emocional. Tal vez un rastro de ego herido, porque a pesar de mi felicidad por él, no podía evitar pensar que, de haber sido yo la elegida, no habría dudado ni un segundo en aceptar la oferta.

El futuro de ambos estaba en juego, y aunque eso es crucial, a veces elegir el amor supera cualquier otro tipo de éxito o realización. Le insistí a Félix que agarrara esta oportunidad, que volara hacia su destino en Nueva York. Pero saber que él consideró la posibilidad de quedarse aquí, en este rincón del mundo que es Springfield, solo por mí, me tocaba en lo más profundo de mi ser.

Definitivamente, él era el indicado. Y aún así, parecía que la vida estaba decidida a jugar una cruel partida de ajedrez con mi felicidad. Eso me llenó de un cierto resentimiento, una sombra de remordimiento. Porque sabía, en algún recóndito rincón de mi conciencia, que si las cartas hubieran caído de otra manera, si la oportunidad hubiera tocado a mi puerta en lugar de la suya, no habría vacilado. Habría saltado, sin mirar atrás, ni siquiera por un amor que me llenaba de una felicidad que nunca había experimentado antes.

Así que ahí estaba, enredada en una compleja madeja de emociones - amor, orgullo, envidia, y una punzada de culpa que sazonaba todo lo demás. ¿Qué decía eso de mí? ¿Qué tipo de persona amaba con fervor, pero al mismo tiempo envidiaba el éxito del objeto de su amor? ¿Qué tipo de persona estaba dispuesta a renunciar al amor por el éxito, y sin embargo resentía tener que hacer ese mismo sacrificio? Las preguntas giraban en mi cabeza, cada una sin respuesta, cada una añadiendo una capa adicional de complejidad a la ya confusa situación.

DESACUERDOS Y DESEOS© (+18) LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora