CAPÍTULO 16

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El cielo era una pizarra grisácea, como si la naturaleza misma compartiera nuestro duelo. Los presentes, vestidos con sobrios tonos negros, parecían sombras humanas de la tristeza. Entre ellos estaban los padres de Cassie, el señor Craig, Félix, mi padre, e incluso Chad. Al ver descender el ataúd que encapsulaba a mi mejor amiga, sentí como si mi corazón se rasgara, fibra por fibra.

Las ceremonias prosiguieron; oraciones y discursos nos envolvieron. Tanto los Smith, los desolados padres de Cassie, como el señor Craig y yo, tomamos turnos para hablar ante la pequeña congregación de almas adoloridas. Sus rostros se asemejaban a paisajes desolados, sus ojos oscurecidos por el peso de la pena.

Llegó el turno de Félix. Su presencia siempre había sido de una fuerza tranquila, un pilar de apoyo silencioso. Pero en ese momento, incluso él parecía frágil, tocado por la magnitud de la pérdida. Respiró hondo antes de hablar, una pausa pesada que colgaba en el aire.

-Hoy, nos reunimos aquí, no sólo para despedir a Cassie, sino para recordar la luz que fue en nuestras vidas. Para mí, Cassie no era sólo una colega; era parte de nuestro círculo, de nuestra familia elegida. Su risa, su energía, su espíritu indomable, iluminaron cada espacio que tocó.

Félix desvió la mirada hacia mí, sus ojos llenos de una tristeza compartida. -Elara, sé que este momento es increíblemente doloroso para ti. Cassie era tu amiga, tu hermana, tu compañera de vida. Y aunque nada de lo que diga podrá aliviar el dolor que sientes, quiero que sepas que no estás sola. Estamos aquí contigo, y lo estaremos siempre. La vida de Cassie nos enseñó muchas cosas, y una de las más importantes es el valor de la amistad y el apoyo mutuo.

Hizo una pausa, sus palabras resonando en el aire tranquilo. -En este momento de pérdida, recordemos también todo lo bueno que compartimos con Cassie. Las risas, las lágrimas, los triunfos y los desafíos. Que esos recuerdos nos fortalezcan, y nos ayuden a encontrar la luz en la oscuridad.

Félix terminó su discurso con un gesto hacia el cielo gris, como si intentara tocar el alma de Cassie en alguna parte allá arriba. -Dondequiera que estés, Cassie, espero que hayas encontrado la paz que tanto anhelabas. Te extrañaremos siempre, y te llevaremos en nuestros corazones para siempre.

Sus palabras eran como un bálsamo suave en una herida abierta, un recordatorio de que, a pesar de la oscuridad abrumadora, aún quedaba luz. Y aunque el dolor todavía apretaba mi corazón con una fuerza implacable, su apoyo me brindaba un atisbo de consuelo en medio de la tormenta.

El señor Craig, con su habitual seriedad, se acercó a los padres de Cassie. -Lamento mucho su pérdida; su hija era una abogada extraordinaria y un ser humano aún más excepcional -expresó.

Luego se giró hacia mí. -Elara, toma todo el tiempo que necesites. Todo estará en orden en la oficina y si hay algo que necesites, no dudes en llamar

Le dediqué una sonrisa que no llegó a mis ojos, un gesto tan frágil que temía que si hablaba, me rompería en pedazos allí mismo.

La gente se fue dispersando, dejando sus condolencias como estelas fantasmales. -Estoy aquí para lo que necesites -Félix logró decir, su voz un hilo delicado, antes de envolverme en un abrazo tan lleno de desesperación y amor que me quebró por dentro.

(...)

Una vez en mi apartamento, la puerta cerrada tras nosotros, la presa de mis emociones se rompió. Me desmoroné en un llanto irrefrenable. Mi padre me rodeó con sus brazos, intentando construir un mundo entero en ese simple abrazo.

-Todo estará bien, princesa, todo estará bien -susurró. Pero las palabras sonaron ajenas, una esperanza más deseada que verdadera.

Pasaron los días, como si el tiempo se empeñara en su inexorable marcha, indiferente a mi angustia. Mi rostro se mantenía inexpresivo, pero mi corazón no cesaba de llorar.

Oh Cassie, cómo te extraño. Todas las cosas que solíamos hacer juntas; tus chistes, tus risas, nuestras escapadas de compras, cocinando los domingos, cada detalle me habla de ti. Me encontraba atrapada en un vacío abrumador, una oscuridad sin luces ni salidas.

Al sexto día, mi padre tuvo que partir, sus responsabilidades laborales llamándolo de vuelta. -¿Segura que vas a estar bien? -me preguntó, la preocupación enturbiando su mirada.

-Sí, papá. Estaré bien -forcé una sonrisa en mis labios.

Él me abrazó, una última fortaleza antes de partir. Cerré la puerta con delicadeza, volviendo a la soledad de mi apartamento. Cada rincón gritaba la ausencia de Cassie, y la melancolía se enraizaba en mi ambiente como un inquilino no deseado que se niega a partir. Y en ese momento, comprendí el inmenso desafío que sería seguir viviendo en un mundo que ya no tenía espacio para mi mejor amiga.

(...)

Al día siguiente, ansiaba escuchar el sonido de Cassie tocando a mi puerta, pero lo único que resonó en el aire fue el silencio. Me tambaleé hacia el baño, deteniéndome frente al espejo. Mi cara hinchada y sin maquillaje revelaba que había pasado toda la noche llorando. Desvié la mirada hacia la ducha, preparándome para continuar la rutina que había adoptado durante esos días: ducharme y luego volver a la cama para dormir todo el día.

Decidí ducharme, no tanto por necesidad sino porque el agua caliente a veces lograba entumecer mis sentimientos, aunque fuera momentáneamente. Y tal vez, solo tal vez, podría ahogar mis pensamientos lo suficiente como para volver a la cama y encontrar consuelo en el sueño, mi único refugio de la realidad.

Una vez fuera de la ducha, me vestí con una rapidez que contradecía mi ánimo sombrío. Un vistazo a mi reloj me informó que ya era casi mediodía. Estaba a punto de hundirme en las sábanas cuando el timbre de la puerta resonó en el vacío de mi apartamento.

Al abrir la puerta, me encontré con Félix, que me regaló una de sus sonrisas cautivadoras.

-Creí que quizás querrías algo de comida china -dijo, sosteniendo una bolsa de plástico como una especie de paliativo para el alma.

Un esbozo de una sonrisa cruzó mis labios. Le hice un gesto para que entrara. La comida china siempre había sido mi perdición, pero en ese momento lo que realmente me reconfortó fue la presencia de Félix. Hay algo reconfortante en la compañía silenciosa, esa clase de solidaridad que no necesita palabras. Además, quería permitirme necesitarlo.

-¿Cómo sabías que me gusta la comida china? -inquirí, tomando una cucharada de arroz frito.

Félix se rió suavemente. -Siempre hablabas de ello con Cassie -dijo, y me sorprendió que se hubiera percatado de tales detalles en nuestras conversaciones, incluso las más triviales-. Además, ¿a quién no le gusta la comida china?

-Exacto -le concedí con una sonrisa.

Él levantó una ceja y se metió un rollito de primavera en la boca. -Sabes que la comida china está lejos de ser saludable, ¿verdad?

-Es mi gusto culposo -le confesé, sonriendo.

Pero en ese instante, mi sonrisa se desvaneció como un espejismo, y una sombra cruzó mi rostro. Cassie siempre bromeaba sobre mi amor por la comida china y sus cuestionables aportes nutricionales.

Félix notó mi cambio de humor. -¿Qué sucede? ¿He dicho algo malo?

Negué con la cabeza, mi boca de repente seca. -No, es solo que... Cassie siempre decía lo mismo sobre la comida china. Y ahora cada bocado, cada sabor, es como un eco de ella que me recuerda lo que he perdido.

Miré a Félix, sus ojos llenos de una comprensión silenciosa, y por un momento, sentí que tal vez, solo tal vez, podríamos encontrar una forma de llenar el abismo de silencio que Cassie había dejado atrás.





- Nota de autor -

Yo también quiero comida china. Por cierto, todo el capítulo tuve ganas de abrazar a Elara.

DESACUERDOS Y DESEOS© (+18) LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora