CAPÍTULO 23

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Tras aquella noche con Félix, me invitó formalmente a una cita, o más bien, a pasar un fin de semana en la cabaña de su familia. Así, nos encontrábamos en su coche, dirigiéndonos hacia un pequeño pueblo cercano a Springfield. Yo iba vestida con un atuendo ligero pero bastante conservador, mientras que él optó por un estilo casual con pantalones cortos de lino y una camisa de botones.

Al aproximarnos, el sol comenzaba a despedirse, tiñendo el cielo de tonos cálidos. La cabaña, rodeada de un manto de árboles, se asomaba tímida a orillas de un lago. Mis ojos se iluminaron al percibir un bote amarrado a un pequeño muelle, aunque hice un esfuerzo por no mostrar demasiado mi emoción. Sin embargo, Félix, astuto como siempre, lo notó.

-¿Alguna vez has estado en un bote? -preguntó, con una sonrisa enigmática.

Sintiéndome algo avergonzada, confesé que no. Su sonrisa se ensanchó.

-Es un bote pontón. ¿Te gustaría dar un paseo?

-¿Te refieres a un paseo o "un paseo"? -pregunté, levantando una ceja.

Soltó una carcajada repentina y después en un tono serio añadió: -un paseo.

Asentí, haciendo todo lo posible por mantener una apariencia de seriedad, aunque por dentro estaba ansiosa como una niña en una tienda de juguetes. El bote "pontón", era un prodigio de lujo casual. Espacioso, pero sin perder la intimidad; el suelo estaba cubierto de una alfombra suave y los asientos eran como sillones, rellenos de una suave espuma que invitaba al relajamiento.

Félix me extendió su mano para ayudarme a subir, y con una gracia fingida, acepté su ayuda. Una vez a bordo, se dirigió a los controles como un capitán familiarizado con su nave. El motor cobró vida con un rugido sutil pero firme, y empezamos a alejarnos del muelle. A medida que el bote avanzaba, el viento se convertía en caricias suaves que jugueteaban con mi pelo. La sinfonía del motor, mezclada con el sonido del agua chocando contra el casco, generó una atmósfera intoxicante de libertad y euforia.

Sin previo aviso, aceleró, y el bote cortó las aguas del lago como una hoja afilada. Mi corazón galopaba en mi pecho. Mi risa, pura y liberadora, se fusionó con el viento, como si estuviera liberando toda la tensión que había acumulado.

Finalmente, Félix redujo la velocidad y detuvo el bote en medio del lago. Por encima de nosotros, el cielo se estaba convirtiendo en un lienzo de tonos anaranjados y rosados, como si la naturaleza misma estuviese participando en nuestro momento. Se apagaron los motores y quedamos flotando en un santuario de silencio y belleza. Él me miró y supe que estábamos pensando lo mismo. Este era un preludio perfecto para la noche que se avecinaba, una que prometía ser tan memorable como cada segundo que habíamos pasado juntos hasta ahora.

Nos tumbamos en los asientos, recuperando el aliento tras la emoción. La tranquilidad del lago y la belleza del atardecer crearon un ambiente romántico. Nos miramos a los ojos y, sin necesidad de palabras, nos acercamos lentamente hasta que nuestros labios se encontraron en un beso suave y amoroso. La tensión había estado construyéndose como una olla a presión, y por fin, con el manto del crepúsculo como cómplice, estalló. Félix me acercó hacia él con un deseo palpable en sus ojos, y no necesité más invitación. Mis manos encontraron su camisa, desabrochando botón tras botón con una agilidad que solo la urgencia puede otorgar. Él respondió acercando sus labios a los míos, en un beso que me dejó sin aliento, y un segundo después, su camisa ya no era más que un recuerdo flotando en el viento.

Su mano viajó desde mi espalda hasta la curva de mis caderas, deteniéndose el tiempo suficiente para apreciar la textura de la tela que nos separaba, antes de deshacerse de ese último obstáculo. Deslizó sus dedos hacia abajo, explorando mi piel con una mezcla de ternura y frenesí que me hizo temblar de anticipación. Comenzó a acariciar mi vulva con delicadeza, y una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro al descubrir la ausencia de ropa interior bajo mi vestido. Me atrajo hacia él para un beso ardiente, y luego, rompiendo el beso, me miró fijamente a los ojos, buscando en ellos mi respuesta mientras humedecía sus dedos índice y anular en su boca. Luego, con una ternura que contrastaba maravillosamente con la intensidad de su mirada, deslizó sus dedos dentro de mí.

La sensación fue eléctrica, una mezcla de calor, humedad y una presión deliciosa que me hizo cerrar los ojos y morderme el labio para contener un gemido. Era una caricia íntima y conocedora, un gesto que me hizo sentir tanto venerada como desesperadamente deseada.

El riesgo de ser vistos por alguién solo intensificaba cada sensación, magnificando cada roce, cada suspiro ardiente que escapaba de nuestros labios. El aire fresco de la noche acariciaba nuestra piel sudorosa, un delicioso contraste con el calor que irradiábamos.

Con una destreza que me dejó sin aliento, Félix me giró, forzándome a apoyar mis manos en el borde frío del bote. Se acercó por detrás, su pecho caliente presionado contra mi espalda, sus manos firmes en mis caderas, guiándome. Oí el sonido cuando escupió en su polla palpitante antes de que comenzara a penetrarme, pero no sin antes juguetear un poco, deslizando su glande hinchado y húmedo en la entrada de mi vagina.

La anticipación me había dejado ansiosa, y cuando finalmente sentí la presión de su miembro en mi entrada, fue casi un alivio. La sensación inicial fue de una plenitud deliciosa y un poco abrumadora, un estiramiento que me hizo coger aire. A medida que comenzó a moverse dentro de mí, cada embestida parecía alcanzar lugares nuevos, provocando oleadas de placer que resonaban por todo mi cuerpo.

Mis jadeos competían con el sonido del agua golpeando suavemente el costado del bote, como si el lago mismo aplaudiera nuestra unión desenfrenada. La anticipación era un fuego que crecía en intensidad, un vorágine de emociones que se alimentaban con nuestros movimientos armonizados y los susurros lascivos que nos regalábamos.

-Mmm, ¿te gusta? -le susurré, mi voz cubierta de la intensidad del momento.

-Sí, Dios, sí -él respondió, su voz teñida de una excitación palpable.

En un ademán calculado, lancé mi pelo hacia un lado, dejando mi espalda expuesta. Giré mi rostro ligeramente, solo lo suficiente para ver su cara enrojecida por el calor del deseo, sus ojos oscuros brillando como la superficie del lago bajo la última luz del día.

-Me encantas Elara, me encantas -dijo, sin aire, sus palabras llegando a mí como un eco, mezclándose con la tensión eléctrica que cargaba el aire entre nosotros.

Y luego, como si toda la energía acumulada hubiera alcanzado un punto de no retorno, el control se desvaneció y nos entregamos al clímax. Félix, en un movimiento consciente pero desesperado, sacó su polla de mi vagina justo antes de eyacular, liberando su semen caliente sobre la piel suave de mis nalgas. La sensación de liberación, para ambos, fue abrumadora. Un estallido de placer que penetraba cada fibra de nuestro ser, tan profundo que parecía resonar por todo el lago, un eco retumbante de nuestra pasión indómita.

Nos quedamos ahí, pegados el uno al otro, mientras nuestras respiraciones gradualmente recuperaban su ritmo natural. El bote era ahora nuestro santuario, un testimonio silente de la intimidad que habíamos compartido.

Con una sonrisa exhausta pero satisfecha, Félix encendió el motor y nos condujo de regreso hacia la tierra firme. El viaje fue un silencio cómodo, cada uno de nosotros inmerso en sus propios pensamientos, repasando mentalmente cada momento, cada sensación. Al atracar, salimos del bote como si estuviésemos dejando atrás un fragmento de un sueño, algo demasiado hermoso para ser real. Nos encaminamos hacia la cabaña, nuestros cuerpos cansados pero nuestras almas energizadas, listos para lo que nos deparara el resto del fin de semana.





- Nota de autor -

Se suponía que este capítulo tendría un tono romántico, pero estos personajes hacen lo que quieren.

¿Te ha gustado el capítulo? Dímelo en los comentarios.

DESACUERDOS Y DESEOS© (+18) LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora