CAPÍTULO 14

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PERSPECTIVA DE FÉLIX

El despertador sonó a las 5:30 de la mañana, pero ya estaba despierto. No había dormido bien esa noche, mi mente estaba demasiado ocupada pensando en Elara. En la confusión que sentía cada vez que la veía, en la tensión que se acumulaba en mi cuerpo cuando estábamos cerca. Sacudí la cabeza para despejar mis pensamientos y me levanté de la cama.

Mi habitación era un reflejo de las dos caras de mi vida: la profesional y la deportiva. A un lado, un escritorio limpio y organizado con montones de documentos legales y mi laptop, donde pasaba horas preparándome para los casos en los que trabajaba. En la pared, diplomas de la facultad de derecho y varios reconocimientos, testimoniando mis logros académicos y profesionales. Al otro lado, una estantería llena de trofeos y medallas de diferentes competencias deportivas en las que había participado a lo largo de los años. En medio de todo esto, una cama king-size con sábanas de algodón egipcio, donde descansaba cuando podía.

Mi madre, siendo arquitecta, había puesto su corazón y alma en el diseño de nuestra casa. Cada detalle, desde la elección de los colores hasta la ubicación de las ventanas, fue cuidadosamente considerado para crear un espacio que no solo fuera funcional, sino también acogedor y estéticamente agradable. Aunque era espaciosa, no era ostentosa; en lugar de eso, tenía un aire de elegancia discreta y modernidad. Vivíamos cinco en la familia: mi padre, que era abogado como yo; mi hermano mayor, Nicolás, también abogado y tres años mayor que yo; mi abuela paterna, a la que todos llamábamos Nana, y yo. Mi hermano no vivía con nosotros, trabajaba en Nueva York como senior associate en una firma de abogados, pero hoy estaba de visita.

Me dirigí al baño adyacente, optando por una ducha rápida pero refrescante. Después, me cambié con un conjunto de ropa deportiva y me dirigí hacia el gimnasio en casa. Estaba en medio de mis abdominales cuando la imagen de Elara volvió a invadir mis pensamientos. Su rostro, su sonrisa, la forma en que su presencia desencadenaba una ola de sentimientos contradictorios en mí. Me di cuenta de que mi cuerpo empezaba a reaccionar a la cascada de emociones y recuerdos. Fue entonces cuando la puerta del gimnasio se abrió y entró Nick.

-Vaya, vaya, ¿el pequeño Félix madrugando para ponerse en forma? -dijo con una sonrisa socarrona mientras empezaba a estirarse.

-Nunca es demasiado temprano para la excelencia, hermano -respondí, intentando mantener un tono ligero mientras mi mente luchaba por alejarse de los pensamientos sobre Elara.

Nick y yo teníamos una relación compleja. Nos queríamos, por supuesto, pero la competitividad entre nosotros era palpable. Aunque él era tres años mayor y tenía un puesto destacado en una importante firma de abogados, siempre me había subestimado de alguna manera.

-Excelencia, dices. Bueno, eso es relativo -comentó Nick, mientras hacía unas cuantas repeticiones con la mancuerna.

-Relativo o no, siempre hay espacio para mejorar -dije, levantándome para moverme hacia la máquina de pesas.

Concentrándome en el ejercicio, logré poner a Elara en un rincón más oscuro de mi mente. No era el momento ni el lugar para divagar. Pero sabía, en lo profundo de mi ser, que tendría que enfrentar esa confusión más temprano que tarde. Y no tenía ni idea de cómo iba a hacerlo.

(...)

-Buenos días, nana -dije, dándole un beso en la mejilla.

-Buenos días, querido -respondió, sonriendo-. ¿Dormiste bien?

-Más o menos -admití.

Mi abuela me miró con preocupación, pero no dijo nada. Sabía que había algo que me molestaba, pero también sabía que hablaría de eso cuando estuviera listo. Esa era una de las cosas que más apreciaba de Nana, su capacidad para entender sin necesidad de palabras.

DESACUERDOS Y DESEOS© (+18) LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora