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Aang

Me siento como un reloj de arena roto.

Mis treinta y un años se han derrumbado, enterrándome en un manto de incertidumbre. Siento mi cuerpo fundirse con la arena, convirtiéndose en una sola y única entidad. Mi mente está llena de granos de indecisión, elecciones no tomadas e impaciencia por hacerlas, mientras el tiempo se escurre de mí. Pero de pronto, las  manecillas de un reloj me golpean ligeramente mi cabeza a la una, a las dos, a las tres, y a las cuatro, susurrándome: «Hola, levántate, ponte en pie, es hora de despertar, Aang. Despierta por tu pequeña. Despierta ahora».

Primero, oigo murmullos femeninos, mezclados con el pitido rítmico de un monitor cardíaco y el zumbido constante de luces fluorescentes.

A todo esto se le suma un dolor punzante en la parte delantera de mi cráneo y un fuerte olor a antiséptico.

Un hospital.

Estoy en algún maldito hospital.

Me duele todo; parece que el dolor está por todas partes y me carcome.

Mi primer instinto es abrir los ojos y buscar respuestas, pero me quedo tumbado, muy quieto, intentando recordar.

Recuerdo despedirme de Thais. La misión para capturar a Lou y Lars. El vuelo a Haití. Fragmentos de memoria se juntan lentamente, formando un panorama de caos y miedo, recuerdo las sensaciones de forma exacta. Recuerdo hablar con Terrence en la cabina, cómo el avión se desarmaba a nuestros pies, el chirrido intermitente de los motores y la sensación en el estómago de saber que estás cayendo desde el cielo. También recuerdo estar paralizado por el miedo en esos últimos momentos cuando Terrence intentaba estabilizar el avión sobre las copas de los árboles para ganar unos preciados segundos y después sentir la sacudida de los huesos tras el impacto.

No recuerdo nada más, solo oscuridad. Profunda. Debió de ser la oscuridad de la muerte, pero estoy vivo, porque siento el dolor de mi cuerpo magullado.

Todavía tumbado, evalúo mi situación. Las voces de alrededor hablan en un idioma extranjero. Parece una mezcla de creole y francés. Teniendo en cuenta por dónde estábamos volando cuando tuvimos el accidente, probablemente sea Puerto Príncipe. Hablan dos mujeres, su tono es distendido, parece hasta que estuvieran cotilleando. Por lógica, supongo que serán enfermeras del hospital. Puedo oír cómo se pasean mientras charlan entre ellas.

Con cuidado, intento abrir los ojos para mirar a mi alrededor, pero me cuesta.

Me relajo e intento nuevamente, por fin veo algo. Estoy en una habitación con luz tenue, las paredes están pintadas en un verde claro y hay una pequeña ventana en la pared del fondo. Las luces fluorescentes del techo emiten un leve zumbido. Es el sonido eléctrico que había escuchado antes. Estoy conectado a un monitor y llevo una vía en la muñeca. Veo a las enfermeras al otro lado de la habitación, están cambiando las sábanas de una cama vacía. Una fina cortina separa mi cama de esa, pero está corrida, lo que me permite poder ver la habitación entera.

En la habitación solo estamos las dos enfermeras y yo. Ni rastro de mis hombres o de Terrence. Se me acelera el pulso cuando me percato de ello, pero hago lo posible por tranquilizarme antes de que se den cuenta. Quiero que sigan pensando que estoy inconsciente. No parecen una amenaza, pero hasta que no sepa qué pasó con el avión y cómo terminé aquí, no quiero arriesgarme. Flexiono con cuidado los dedos y los pies, cierro los ojos e intento identificar mis posibles lesiones. Me siento débil, como si hubiera perdido sangre. La cabeza me retumba y un vendaje pesado me rodea la frente. Me han inmovilizado con escayola el brazo izquierdo, donde siento un dolor inhumano, bastante atroz. Sin embargo, el derecho parece estar bien.

Abyss [Libro #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora