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Thais

Y me besó con sus ojos y después con sus caderas.

Y vaya si podían besar sus caderas.

Aquellos movimientos fueron los más vivos de mi existencia.

Los más agonizantes, también.

Y me gustó como respire en su boca para acallar mis gritos, aquellos que susurran pidiendo más.

Pero sobre todo me gustó cómo miente cuando le pido que se quede.

Me gustó cómo tontea cuando necesito marcharme.

Me gustó caer en el abismo de sus brazos.

Si lee esto, por favor, no que no se olvide de cómo gimo su nombre ni del sabor de mis labios.

Ambiorix siempre llega tarde a clase. Está vez entra en el aula cuando el profesor ya ha empezado a trazar un esquema en la pizarra mientras comenta acerca de los microrelatos.

Lleva los cascos alrededor del cuello. Pasa el pasillo central atrayendo las miradas de algunas compañeras, a pesar de que el profesor es sin duda la fantasía hecha realidad de todo el curso, Ambiorix tampoco se queda atrás. Cuando llega a mi altura, frena en seco y da un paso hacia atrás. Se interna en mi fila, una que está en mitad de la clase. Es el sitio que acostumbra a estar ocupada por una chica con lentes, pero hoy no ha llegado.

—¿Estás sola? —pregunta en susurros.

Asiento, y es una sorpresa que se siente a mi lado, porque hasta entonces apenas interactuamos en las clases que tenemos en común. Deja los cascos en la mesa, la mochila en el suelo y se estira hasta casi tocar con los pies el asiento del chico de delante.

—Los microrrelatos son relatos ficticios muy breves... como historias cortas. Normalmente cuentan una historia completa en unas pocas frases o palabras.

Sigue hablando el profesor.

Ambiorix suspira con desgana y me da un codazo.

—¿Qué escribes?

—Nada interesante.

Agacho la cabeza y sigo tomando algunos apuntes, dejando a un lado lo que estaba escribiendo.

—¿Y luego puedes entender lo que has escrito? Porque parece un jodido jeroglífico. En serio, nunca he visto a nadie que tenga esa letra.

Entrecierro los ojos. —¿Qué quieres decir?

—Es terrible, sin ofender.

Quiero contestarle con algún comentario mordaz, pero finalmente se me escapa una sonrisa porque sé que Ambiorix tiene razón. Mi letra es indescriptible, Verónica solía decirme que escribo como los médicos ya que solo los farmacéuticos pueden leerlo. Lo sigue siendo. Un cúmulo de trazos inclinados que terminan entremezclándose cuando escribo demasiado rápido, algo que ocurre casi siempre. Así que es posible que para él sus letras sean al estilo francés y la mía maya o egipcia.

—¿Eso es un «j», jila? ¿Qué es eso? ¿Existe?

—No. Es una «g» porque ahí dice gimo. Se ve claramente.

—Has conseguido que me compadezca de los profesores que van a corregir tus exámenes. Me apuesto lo que sea a que, además, eres de las que se recrean escribiendo.

—Pues sí. —Sonrío divertida—. Me gusta contextualizar bien las cosas en lugar de ser vaga como otros. Y ya que estás tan bromista, ¿por qué no me enseñas tu divina letra?

Abyss [Libro #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora