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Thais

Dejo caer ferozmente los puños. ―Estás a tiempo de arrepentirte.

Cojo un paño.

―Thais, eres buena en casi todo. Pero cocinando eres horrible.

Tomo la cuchara y pruebo lo que preparé, y sí, definitivamente está horrible.

—Eres un idiota, podías haber sido más amable —Enrollo el trapo de la cocina en mi mano y lo azoto en el culo de Aang. Lleva unos vaqueros bastante ajustados y el paño hace un fuerte ruido al golpear el tejido.

De repente, me mira confuso, luego un brillo oscurece su mirada, una clara señal de excitación. Me coge por la nuca. Con la fuerza de un soldado, me hace doblarme sobre la encimera y me baja el pantalón, todo de un solo movimiento. Me azota el trasero desnudo con su enorme mano.

Me tenso mientras el dolor baja por mis muslos y me sube por la espalda. El azote es lo bastante fuerte para dejarme marca, pero el impacto de la colisión hace que el sexo se me contraiga de deseo.

—Dios, eso se siente bien.

El sexo debe ser un equilibrio perfecto entre el placer y el dolor. Sin esa simetría, el sexo se convierte en una rutina, más que un en deleite.

Aang no me había demostrado agresividad desde hace un tiempo, y realmente echaba de menos aquella cara suya. Es satisfactoria y aterradora al mismo tiempo.

—¿Recuerdas que nos prometimos sinceridad? —me vuelve a azotar.

—Pero tus palabras son sincericidas —gimo, encantada.

Aang aprieta el pecho contra mi espalda y después me frota el trasero con sus largos dedos. Lo escucho respirar contra mi oreja, cada jadeo evidencia su excitación.

―¿Te ha gustado, pequeña?

No tardo ni un segundo en contestar. ―Sí. ¿Me vas a castigar por ser una mocosa —me burlo.

Me da la vuelta. Me agarra el pelo antes que sus labios se estrellen contra los míos, duros y furiosos y apenas contenidos.

—Sí. Ponte de rodillas, voy a castigarte también por insolente —me ordena contra mis labios.

Dudo, incapaz de inclinarme ante él. Ambos sabemos que acabaré haciéndolo, pero me gusta la lucha antes de llegar a ese punto.

Sonríe como el mismísimo diablo apunto de castigar al pecador.

La forma en que me mira con puro deseo me hace jadear, anhelando la batalla de voluntades que siempre tenemos.

En lugar de hacer lo que me dice me quito el pantalón.

—Primer golpe.

La idea que vuelva a azotarme hace que el calor me enrojezca la piel, pero prefiero arrodillarme antes de admitir que me gusta, en secreto, su palma en el culo y cuando me ordena incluso cuando ya lo sabe. Conflicto. Siempre me deja en conflicto, la mente en guerra con mi cuerpo.

Me arrodillo.

Sus dedos no se sueltan de mi pelo, y sé que le encanta esto: el poder, la dominación. Está arraigado en él, una parte fundamental de lo que es. Es lo que hace que la gente le tema, pero cuando lo miro, con una expresión que roza lo feroz, me doy cuenta que en este momento tengo más poder sobre Aang Briand que el que quizá haya tenido nunca nadie. Y quiero más, todo lo que él tiene para dar.

Abyss [Libro #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora