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Aang

Si la terapeuta parecía odiar antes, debe odiarme más ahora.

Es evidente por la forma en que me mira fijamente por debajo de sus gafas de montura dorada cada vez que acompaño a Thais a sus sesiones. Ha estado recibiendo una extensa terapia desde que la encontré en esa vieja casa donde Theodore estuvo a punto de meterle un tiro en la cabeza. Y como no confío en nadie más para mantener a mi pequeña a salvo, la he
estado llevando al consultorio de la psiquiatra y luego espero hasta que termina.

Hoy, sin embargo, la Dra. Chevignon está de pie en la puerta de su despacho, cuando nos acercamos. Sus atuendos demuestran que es una hippie y no sé si eso me agrada, o es todo lo contrario.

—¿Le gustaría acompañarnos hoy, Sr. Briand?

—¿Por qué debo hacerlo?

Thais me mira con expresión esperanzada. Lleva un vestido blanco y se ha recogido el cabello en una coleta, lo que resalta su suave tez. Incluso su aroma a rosas es hoy más fuerte que de costumbre.

—Yo... pedí esto. Puedes estar conmigo cuando hable con la Dra. Chevignon, dice que puede ayudar ya que tú juegas un papel importante en mi vida. Entra por mí, ¿sí?

—Vamos entonces. —Entrelazo mis dedos con los suyos y entramos.

¿Qué?

No voy a perder la oportunidad de ver a Thais hablar de todo lo que ha pasado.

Soy consciente de que la Dra. Chevignon la está ayudando. Thais no solo ha salido poco a poco de su capullo, sino que además no ha tenido alucinaciones ni ninguna de esas pesadillas viscerales últimamente. Había tenido que ser el apoyo de Verónica demostrando que era fuerte cuando realmente se estaba derrumbado, pero no se lo quiso demostrar porque su amiga había perdido un hijo que no sabía que existía, el hombre de quien se enamoré solo la utilizó y luego intentó matarla, provocando la muerte de su hijo en el proceso. Fue tanto su shock que tuvimos que internarla en un centro psiquiátrico, ya que intentó suicidarse en dos ocasiones e incluso lastimó a mi pequeña en el proceso.

Thais y yo nos sentamos en el sofá de cuero frente a la silla de la terapeuta. El olor a vainilla inunda el espacio, pero puede que provenga de la propia terapeuta.

Tomar un bloc de notas.

—Empecemos por lo básico —le dice ella amablemente—, ¿cómo estás, Thais?

—Bien —murmura.

Ella la mira en silenco. Sé reconocer esos silencios. Ese es uno de los de no te creo, pero no diré nada.

—¿Has seguido teniendo pesadillas?

—No.

—¿Y ataques de pánico?

—No.

—¿No? —parece sorprendida.

—¿Eso es malo?

—Al contrario, Thais. Es muy bueno.

Luego empieza a preguntarle a Thais por su semana, y mi mujer se muestra sorprendentemente receptiva. Me fijo en las alegres inflexiones de su voz cuando habla de David y Anjoly que ahora viven juntos y de cómo fuimos a visitar a su amiga hace unos días, que Verónica ahora habla.

—¿Has hecho tus ejercicios?

Asiente con la cabeza.

Extiende un brazo para que se los enseñe. Thais le entrega su libreta y espera a sus comentarios. —Esto está muy bien. Tus porcentajes de bienestar son altos. Al menos de que no seas del todo sincera en esas hojas.

Abyss [Libro #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora