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Thais

Aang se levanta con un movimiento fluido, haciendo una mueca cuando la migraña se graba en sus ojos. En realidad, si los policías no estuvieran aquí le hubiera dado una bofetada por fumar cuando le dije que no lo siguiera haciendo.

Parpadeo mirando al otro policía. Parece un padre tierno, y un marido cariñoso.

¿Cómo habría reaccionado contra Aang si supiera que tenía a una mujer como prisionera?

El hombre toma un sorbo de licor, observando, como si Aang y yo fuéramos una telenovela, o un episodio de La Rosa de Guadalupe.

Esto no va como yo esperaba.

—Quiero aclarar algunas cosas, para que quede constancia. En caso de que tengan una idea equivocada —murmuro, haciendo caso omiso de cómo me mira Aang.

Los policías se miran y luego se encogen de hombros. El del bigote gordo se desliza hacia delante, el cuero cruje bajo su peso. Deja el vaso y el cigarro en un cenicero de cristal, y dice. —¿Qué le gustaría aclarar, señorita Delgado?

Lucho contra la tentación de mirar a Aang, pero si lo hago podrían pensar que él me está influenciando. Manteniendo mi cabeza en alto, digo. —Si me pueden informar de por qué están aquí, puedo decirles yo mismo la verdad que quieren saber —De ninguna manera voy a decirle cosas de las que ellos no están conscientes.

El del bigote gordo asiente con una sonrisa irónica.

—Muy bien —Coge una libreta del bolsillo del pecho y la abre—. Estamos aquí porque la policía federal cubana se ha puesto en contacto con nosotros acerca de una mujer desaparecida que coincide con su descripción. Ellos fueron informados por David Castro de su secuestro. Incluso unos detectives privados contratados por él siguieron tu pista hasta París.

El oficial del bigote con candado habla. —Él proporcionó pruebas detalladas de cómo lo golpearon y cuando volvió en sí, usted se había ido. Alguien anónimo también nos proporcionó un mensaje que implica al señor Briand en su desaparición. Como puede imaginar hemos venido siguiendo la pista.

—Es un alivio saber que está usted viva y bien.

Los dedos de Aang se aprietan alrededor del vaso. No aparta los ojos de mí, estremeciéndose con el nombre de David.

La policía deja de existir, la biblioteca parece más pequeña, atrapándome solo a Aang y a mí en nuestro propio mundo privado. Su poder me alcanza, con el rostro duro y severo, sus ojos están furiosos con emoción. Me observa, no con traición ni odio, sino con soledad y comprensión.

Mis manos se cierran, luchando contra el impulso de arrojarme a sus brazos. Incluso sufriendo de un dolor de cabeza, Aang vibra con autoridad y sentimiento. Vislumbro lo mucho que yo significo para él.

Su cuerpo llama al mío y como la esclava obediente que es, voy. Aang se sacude cuando le toco los dedos, envolviéndolos con los suyos. Se abren sus fosas nasales, mirando por encima del hombro a los dos policías que están observándonos con duda.

Pero no me importa.

Tengo que ver lo que existe entre Aang y yo.

Ellos no pueden entenderlo, mierda, yo tampoco lo entiendo, pero vibra en el espacio.

Los dedos de Aang se elevan desde el cristal, capturando los míos en un movimiento brusco. Me quema la piel; me quedo sin aliento, mirándolo profundamente a los ojos claros.

Se endereza y se pone junto a la chimenea.

Mi corazón se acelera, odiando su retirada. La desesperación reemplaza mi deseo y asiento con la cabeza. Él ya me había dejado ir.

Abyss [Libro #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora