Final Alternativo (Parte 16)

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Suspiro cansada e impaciente.
Siento las muñecas irritadas; seguramente se están tornando rojas a causa de las fuertes ataduras de cuerda que no dudaron en ponerme una vez me llevaron al hogar indio.

El robusto y recto tronco, en vez de enderezarme, siento que me empuja la columna vertebral hacia la parte delantera de mi cuerpo.

La hora que llevo en la misma posición ha hecho que no sienta los brazos, los cuales se encuentran estirados hacia atrás, como si quisieran abrazar a alguien que está detrás.

Las piedrecitas del suelo parecen disfrutar al engancharse en mis rodillas. Intento concentrarme en ese dolor para no pensar en la sangre que me cae de la cabeza, allí donde me golpearon con una piedra para dejarme inconsciente y facilitar su tarea de transportarme hacia mi muerte.

Me miro el costado, donde me golpeó uno de los indios que me vigilan para que no me siente; saben que no me puedo zafar de esta prisión ni librarme de mi destino.

—Deseo hablar con Tigrilla–digo por décima vez desde que recuperé la conciencia, y por décima vez no recibo ningún tipo de respuesta.

Gruño mientras me sacudo para intentar aflojar las ataduras, pero solo consigo que me escuezan más las muñecas.

—¡Tigrilla!–grito lo más alto que puedo–. ¡Necesito hablar contigo! ¡Sabes que no fui yo!

Los guerreros indios siguen en su misma posición, a espaldas de mí, y los pájaros cantan como si nada hubiera sucedido.

—Ayuda...–suelto más para mí que en voz alta, dándome por vencida.

Pasan los minutos y sigo con la misma compañía; nadie viene a visitarme ni a matarme, cosa que me alegra y a la vez me desespera. ¿Qué demonios están haciendo? Si las normas dicen que me tienen que matar, ¿por qué tardan tanto?

—Al final me voy a matar yo misma para terminar con la espera. ¿Estoy en cadena perpetua y nadie me ha avisado o qué?

Nada. Ni un simple movimiento de pelo en los indios.

—Me encanta tener un público tan acogedor.

Vuelvo a observar mi alrededor, vanamente, intentando de nuevo encontrar algo que me permita salir de aquí.
Nada. Ni una mísera piedra u objeto afilado en mi cercanía para poder zafarme de las ataduras.

Intento no pensar en la mala postura ni en lo apretadas que siento las cuerdas en mis muñecas o cómo me palpita el costado y la cabeza. Si pongo la mente en blanco tal vez la espera no sea tan lenta.

Bajo mi vista al suelo, concentrándome en no hacer nada, pero mi visión panorámica y el silencio que hay hace que vea a mi derecha un arbusto moverse con un ligero crujido. Miro de reojo hacia ese lado, procurando que no se me note que he percibido algo, aunque los indios estén dándome la espalda.

Mi ceño se frunce inconscientemente al intentar aguzar mis sentidos. A medida que este se relaja, mis ojos se abren más y más al darme cuenta de quién se trata.

Jack.

A punto estuve de decirlo en voz alta a causa de la sorpresa, pero por suerte mi mente es más rápida que mi lengua y vio que sería una estupidez; no quiero poner en peligro a mi hermano pequeño ni a mis pocas posibilidades de fugarme.

Toso fuerte y constantemente para que mis vigilantes no sean capaces de escuchar si hace algún ruido con los matorrales.

Cuando siento la garganta seca e irritada, me detengo.

—Se me ha ido la saliva por el otro conducto–explico inconscientemete encogiéndome de hombros mientras observo a los impasibles indios.

Miro de manera discreta hacia la dirección de antes, pero no encuentro a nadie. Jack se ha ido.

¿El País De Nunca Jamás? Menuda Chiquillada (Peter Pan Y Tú) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora