Capítulo 11

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—Me estoy cansando de buscar. A lo mejor Garfio ya lo tiene y no lo sabemos–me quejo.

—Lo sabríamos, créeme–me contesta.

No sé que le dijeron las sirenas a Peter, pero está extraño desde entonces. Se lo toma más en serio y está más tenso, cosa que me extraña mucho, ya que se suele comporta como un niño pequeño.
En verdad... es un niño pequeño. A veces se me olvida que no quiere crecer.

—Ven–dice ofreciéndome su mano, cosa que acepto con gusto.

Me lleva volando hasta que descendemos en una parte de la playa que no había visto, o al menos no he tenido tiempo de apreciarlo.

—¿Por qué me llevas aquí?–pregunto mientras admiro la enorme cueva que tenemos en frente.

—He estado pensando y creo haber adivinado lo que dijeron las sirenas.

—Pues menos mal que lo has adivinado porque como no me contaste todo lo que te dijeron, era imposible que yo lo averiguara-le solté enfadada.

Me miró alarmado y sorprendido.

—¿Qué? ¿Te piensas que soy lo suficientemente tonta para no darme cuenta que me ocultabas información?–digo deshaciéndome de nuestras manos entrelazadas, cosa que no me había dado cuenta que lo estaban.

—Yo...

—Já. Esto es increíble–digo entrando en la cueva rápidamente.

Noto que me sigue.

—_____... Tengo una buena razón para...

—Calla. Sé que me vas a decir. "Es que aún no puedo confiar en ti. No te conozco"–digo imitándolo.

—¡No tienes motivos para enfadarte conmigo!

Freno en seco y me giro para verlo.
Me pongo en frente de él, cara a cara.

—¿¡Qué no tengo motivos para enfadarme!?–respiro hondo y noto como empiezan a resbalar por mi mejilla lágrimas traicioneras–. ¿Sabes qué? Ya soluciono yo sola este asunto. Cuanto antes lo solucione, antes puedo irme de este sitio. Así no volveré a verte... nunca jamás.

Me doy media vuelta y sigo mi camino, adentrándome en la cueva.

—¡Mejor! ¡Así no tendré que escuchar tu... tu irritante voz! ¡Cuánto antes te vayas mejor para mí! ¡Ya estás tardando en irte!–me chilla.

Iba a ir en su dirección para darle una buena bofetada, pero si lo hiciera quedaría satisfecho porque sabría que me ha afectado lo que me ha dicho.

Escucho como se va volando. Me giro para afirmar lo que estaba pensando. Y sí, se ha ido, ya puedo explotar.
Empiezo a chutar las piedras que están cerca de mi campo de visión mientras lloro de la rabia. Y odio admitirlo, pero también de la tristeza. De la tristeza de haber escuchado eso último.
Lo peor de todo es que no sé a qué me enfrento.
Camino, camino y camino, sin saber a dónde voy. No creo que encuentre nada aquí, es una cueva. Como mucho, lo que puede haber son piedras.
Quiero dar media vuelta e irme, pero... ¿a dónde? No puedo ir al refugio secreto y mucho menos irme con Garfio.
A parte, si Peter dijo que está aquí es que está aquí. Es un niño, pero no es tonto, además que él sabe más que yo en este aspecto.

Sigo caminando y no hay nada, hasta que me topo con algo.

—No, por favor...–digo mientras doy pequeños puñetazos a la pared–. Sin salida. No puede ser.

Tiene que haber un truco o algo.
Empiezo a tocar la pared, por si a caso hay algo que la abra por arte de magia. En vez de eso, piso una baldosa que hay en el suelo.
Empieza a sonar un gran estruendo.

—Fantástico...–digo sarcásticamente.

Miro por todos lados, para saber de dónde vendrá la trampa.
Veo que a mi lado derecho aparece una lanza.

—Algo me dice que será mejor que me agache...–digo mientras me agacho.

Al segundo la lanza sale disparada provocando que me haga un corte en la frente.

—Agh–digo tocándome la herida, provocando que me manche las manos de sangre.

La lanza se ha clavado en la pared. Fuera peligro.
Me vuelvo a levantar y miro como es la baldosa que había pisado.
Tiene un dibujo de una calavera. Lo tendré en cuenta.

Camino con cuidado para no pisar alguna baldosa que active otra trampa.
Paso la mano cuidadosamente hasta que noto un pequeño bulto.
Meto el dedo para deshacerlo y dejar un agujero un tanto extraño.
Es como si tuviera que introducir una especie de llave.

—Genial, ahora tengo que buscar una llave. Como si tuviera todo el tiempo del mundo. Y encima estoy hablando sola.

Tal vez Peter sepa dónde está, las sirenas se lo habrán dicho. Pero no puedo ir a pedirle ayuda, sería como suplicarle que me perdonara. Y no voy a hacer eso, ya que no ha sido mi culpa que no me quiera decir información importante para los dos.
Aunque, por otro lado, me lo hubiera dicho si supiera donde está. A lo mejor no me lo ha dicho porque la tenemos nosotros... Eso es imposible, no lo hemos buscado.
Mientras pienso, veo un destello de luz a mi derecha. Desvío mi mirada a la pequeña luz y es Campanilla.

—¡Campanilla!–digo mientras se sube en la palma de mi mano–. ¿Qué haces aquí? Ayúdame por favor. Ahora tengo que buscar una llave para abrir esa dichosa pared. Suena extraño ahora que ha salido de mi boca tal cosa, ya que es imposible abrir una pared... pero ya me entiendes. ¿Qué puedo hacer?

Logro ver en su rostro una pequeña sonrisa.
Camina hasta llegar a mi muñeca y señala mi pulsera.

—Me la regaló mi abuela. Decía que la cogió de aquí, pero ya sabes... antes no creía en... esto.

Empieza a hacer señas al pequeño rubí que hay en la pulsera y después a la pared.
Al principio frunzo el ceño, pero después caigo en la cuenta.

—¡Campanilla, eres un genio!

Empieza a volar mientras hace una reverencia y lanza besos.

Quito el rubí de la pulsera y lo pongo cuidadosamente en el agujero de la pared.
Ahora entiendo porqué me necesitaban a mí para salvar este mundo.

Noto que se mueve todo mientras la pared se abre y deja ver un montón de estalactitas.

—Wow, es incre...

Alguien me tapa la boca con su mano mientras me pone su garfio en el cuello.

—Muchísimas gracias, querida, por guiarnos hasta el collar. Pero necesito que me guíes un poco más hasta tenerlo en mis garras.

Le muerdo la mano, cosa que hace que la retire y aprete más su garfio en mi cuello.

—Aah, aau–me quejo.

—Yo de ti no volvería a hacer eso, querida, si no quieres que te desgarre el cuello.

—Si lo hicieras no sabrías como encontrar el collar–digo casi sin habla.

—Cierto, pero al final lo encontraría. Eh, vosotros dos–les ordena a dos camaradas que tiene a la derecha–. Sujetad bien a la niña, que no se escape.

Garfio me suelta, pero no baja la guardia.
Me toco el cuello y veo que tengo una hilo de sangre.

Por lo que veo Campanilla a logrado escapar, por suerte.
Quiero llamar a Peter, pero sería un error. Garfio cazaría a dos pájaros de un tiro.
Haré lo que él quiere y ya se me ocurrirá un plan para lograr coger el collar antes que él.

—Adelante, James Garfio, usted primero–digo con voz burlona.

—Tranquila, las damas primero–dice empujándome hacia delante.

¿El País De Nunca Jamás? Menuda Chiquillada (Peter Pan Y Tú) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora