Parte 23.- Daniel Jun

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En el desierto había caído la noche. Las estrellas resplandecían y teñían la oscuridad de un formidable color violeta. El frío entumecía los músculos de Aled, haciéndolo temblar descontroladamente.

Sus heridas en el rostro aún le ardían demasiado, ni siquiera podía ponerse los dedos en la piel para tratar de untar la medicina en las lesiones.

--¿Tienes frío verdad? –le preguntó Dae Sung.

El mandaloriano desvió la mirada tratando de ocultar que sus dientes parecían castañuelas. Se preguntaba cómo es que ese chico podía soportar el frío con el torso desnudo y los pies descalzos. ¿No tenía piedad Jabba el Hutt con sus esclavos?

--No, para nada. He estado en planetas mucho más fríos que éste –dijo tratando de abrigarse el pecho con sus propios brazos.

--¿Ah sí? Nombra dos.

Aquel muchacho parecía poder traspasar una tras otra las excusas. Como si conociera cada una de las débiles mentiras que el cazarrecompensas podía formular.

--Los nombres son difíciles ¿Sí? Solo hago trabajos y ya. No es que necesite aprenderme los nombres de los planetas que visito. Además, no es como que exista más de un planeta helado.

--Rhen Var, la luna de Pandora, Illum, Hoth... ¿le paro ahí o le sigo?

Aled apretó los dientes para seguirse colocando la pomada en las heridas, mientras trataba de evadirle la conversación a Dae Sung. Desviar la mirada a la derecha, o tal vez a la izquierda; decir solo las palabras suficientes; presionar una y otra vez los botones en su brazalete fingiendo estar ocupado, eran las múltiples barreras que el mandaloriano colocaba cuando alguien se acercaba demasiado.

--No tienes que hacerte el fuerte Aled. Al menos no conmigo.

--Escucha Dae Sung. Necesito una reputación. Solo vine a hacer un trabajo para Jabba y me iré. No me quedaré en Tatooine. Prefiero no estrechar lazos con...

Pero a Dae Sung Jung pareció no importarle lo que el cazador tenía que decir. El solo se limitó a seguir colocando el ungüento en la herida en el rostro de Aled, acariciando con sus dedos suavemente la piel herida del muchacho.

--No hagas esto –dijo apartando la mano del chico y colocándose su casco rápidamente--. Por favor. No lo hagas. El Imperio ya me ha hecho perder a demasiada gente que amo. No soportaría alejarme de ti y dejarte en este planeta. Por favor, no sigas con esto. No quiero seguir creando lazos que después tendré que romper.

--¡Entonces iré contigo Aled!

Dae Sung se puso de pie, mientras a su espalda desnuda el viento helado aún soplaba con fuerza.

--Tú estás bromeando. Sí, debe ser eso. ¡Tú estás jugando conmigo!

--¡Estoy hablando muy en serio! Tal vez no sea mandaloriano, pero puedo asistirte de otras maneras. Podríamos ir a un planeta deshabitado, crearte un refugio. Yo daría mantenimiento a tus armas, tendría tu alimentación lista, te tendría una habitación y...

El estómago se le revolvió al mandaloriano con tan solo escuchar una proposición de tal magnitud. Hablar de una vida en conjunto, una vida pacífica, para un cazarrecompensas simplemente era... un infantil sueño.

--¡Oye! ¡Oye! ¡Oye! ¡Estás hablando como si ya fuésemos alguna clase de...

--¿De qué? –preguntó Dae Sung tomando asiento nuevamente en la arena.

--Pues... de familia.

El casco del mandaloriano fue retirado por las manos de Dae Sung. Una pequeña nube de vapor escapó dada la despresurización del mismo, dejando tras de sí un peculiar sonido. Y fue así como tras ese visor, los ojos de Aled se habían vuelto cristalinos.

Heartstopper/Star WarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora