Los pasos apresurados del padre Murdock resonaban por todo el pasillo de la iglesia, haciendo eco en las bóvedas junto a los característicos sonidos que hacía su bastón al chocar contra las imperfecciones del suelo o con las mismas paredes.
Tuvo que bajar las escaleras, recorriendo las paredes agrietadas y viejas, con sus dedos callosos por tantas horas de lectura en braille, mientras se repetía a sí mismo ciertas palabras de apoyo para afrontar, una vez más, a su realidad y el dolor de algún desconocido.
Cuando llegó al sótano pudo escuchar voces bajas, inteligibles a primera instancia, pero que al acercarse se volvían cada vez más claras. Aun así, para cualquier otra persona podrían parecer balbuceos sin sentido, sin embargo, para él ya era algo que incluso se podía catalogar como normal en su área de trabajo.
Acomodó su biblia debajo de su brazo y se dispuso a entrar en la habitación que lo recibía con un característico olor a azufre que no era nada anormal y pólvora, lo que sin duda era inusual.
— Padre — el monaguillo que se encontraba ya en la habitación se levantó rápidamente de la silla en la que estaba con un tono de voz preocupado.
— Pero bueno, qué agradable sorpresa, Padre — dijo otra voz desconocida que lo hizo fruncir el ceño. Su acción pasó desapercibida, pues, por lo que pudo escuchar, el hombre se giró hacia alguien más dentro de la habitación para seguir hablando — creo que de repente no tengo ningún problema con que me ahorquen con un rosario.
— ¿Puede ayudarlo? — una mujer joven que más bien parecía una adolescente se acercó rápidamente. Se escuchaba preocupada y tenía un olor bastante particular a sudor y pólvora, lo que le hacía preguntarse exactamente en qué se había metido.
— Haré todo lo que sea posible — le dedicó una sonrisa amable y extendió su mano para que ella pudiera tomarla al presentarse — Matt Murdock.
— Frank Castle, a tus servicios, guapo — exclamó el hombre que deducía que estaba sentado y que era el principal exponente del aroma corrosivo del lugar.
— ¿Es ese tu nombre o el de la persona a la que estás poseyendo? — el hombre solo bufó como respuesta y se encogió de hombros.
— ¿Importa?
— Claro que lo hace.
— En este punto creo que él y yo somos uno mismo. No tienes que preocuparte por eso, cariño, lo tengo controlado.
— Él nunca diría eso y últimamente ha estado fuera de sí. Quiero decir, normalmente es una mierda de persona, está enojado todo el tiempo y es salvaje como un animal enjaulado, pero esto se está saliendo de control — la mujer estaba hablando con el monaguillo, quien se notaba ansioso y parecía querer huir de ahí.
— ¿Quiere ver que tan salvaje puedo ser, Padre? — dijo con cierto tono provocativo y voz profunda que le sacó un escalofrío involuntario.
— Ni siquiera se supone que hable tanto, en el último año solo ha hablado conmigo y no ha dicho más de dos frases por día, ¿y ahora coquetea con el maldito padre? ¡Increíble! — seguía diciendo la mujer exasperada, incluso levantó sus manos y las dejó caer ruidosamente a los lados.
— ¿Podría decirme cómo sucedió esto? — se dirigió a ella, sintiéndose un poco incómodo hablando directamente con la persona con la que estaba lidiando — sin duda es una posesión.
— Cállate, Frank — le dijo la chica con un tono severo para evitar que dijera algún comentario inapropiado — encontró algo en una casa abandonada, no sé bien lo que sucedió después de eso, pero lo encontré convulsionando en nuestro cámper. Llamé a un doctor y dijo que no tenía nada y luego comenzó a actuar raro — podía deducir que estaba mirando al tal Frank Castle con preocupación — esto no es normal, se despierta en medio de la noche gritando cosas en otro idioma, es más violento y... Coqueto — dijo lo último con cierta incomodidad, casi como si estuviera avergonzada o asqueada.