Frank no creía en fantasmas, tampoco en espíritus.
Pero los últimos acontecimientos habían hecho que cambiara su opinión solo un poco.
Comenzó despertando a media noche con las pesadillas usuales, siendo calmado por un muy adormilado Matt que solía quedarse a su lado acariciando su brazo con calma, a veces le daba besos por los hombros y rostro en un intento de distraerlo de sus pensamientos. Lo agradecía, la mayor parte del tiempo funcionaba.
Entonces empezó a verla.
Sobre todo cuando despertaba en medio de la noche, cuando la lluvia caía de madrugada y él despertaba para acurrucarse contra Matt buscando calor, tapándolos a ambos con las ridículamente cómodas sábanas de seda.
Ella estaba ahí, a un lado de su cama, con su pequeño y frágil rostro pálido, como todas esas veces que estuvo enferma, y él se quedó hasta altas horas de la madrugada junto a ella para cuidarla. Ahora tenía un feo agujero de bala en el pecho.
Ella solo lo miraba, tan fijamente que se preguntaba si de casualidad no se le secarían los ojos. Probablemente no.
Aún medio dormido, sin poder discernir entre la realidad y el sueño, solo podía mirarla sin decir nada. Había tanto que decir, pero ninguna palabra salía de sus labios.
Su niña, su preciosa y bella Lisa, estaba ahí y él no podía hacer más que verla. Quería pedir perdón, arrodillarse y llorar hasta quedarse sin lágrimas, decirle que había hecho todo lo que estaba en su poder por vengar su muerte, por encontrar algo de alivio a sus errores del pasado.
Él no debería estar dormido cómodamente junto a su ahora novio, debería estar buscando venganza en las calles como había prometido.
Lisa solo había sonreído y desvanecido en el aire.
Pronto llegó Frank Jr., solo que esta vez no había sido exactamente él quien lo encontró.
Matt solía despertarse en medio de la noche ante cualquier ruido y no se quedaba con la duda, por lo que era común que caminara hasta la sala, donde según él había mejor acústica, solo para ubicar de dónde venía el ruido, aun si únicamente fueran las ratas caminando entre las paredes.
— ¿Frank? Frank, despierta — había dicho el pelirrojo. Balbuceó que lo dejara en paz y rodó sobre su espalda. Solo quería dormir en paz — hay alguien en la casa.
— Noquéalo — dijo mientras se acomodaba para tomar una almohada, siendo interrumpido por el frío cuando Matt lo destapó.
— No puedo, no puedo sentir nada — fue entonces que giró su rostro preocupado de que algo le hubiera sucedido a su pareja, encontrándolo completamente — creo que no está vivo.
Se levantó rápidamente, sintiendo a su pareja pisarle los talones y tomó un arma que siempre dejaba a un lado de la puerta. Solo por precaución, pues por lo que había dicho Matt, no tenía algo que golpear.
Vio a su hijo, su pequeño, sentado en el sillón mientras balanceaba sus pies en el borde. Bajó su arma tentativamente y su hijo se giró a verlo.
Estaba idéntico al día en que lo dejó, quizás un poco más pálido y con un agujero de bala en la frente, pero fuera de eso, parecía como si no hubiera pasado ni un solo día. Y quizás así era para él.
Él se desvaneció, al igual que su hija, en una nube de polvo que apenas era un recuerdo doloroso.
Ese día no lo soporto y cayó de rodillas sobre la alfombra llorando. Matt cayó con él para sostenerlo entre sus brazos mientras vaciaba tantos años de dolor en medio de la sala. Donde su hijo había estado minutos antes y una vez más, no había podido decir nada. Al menos sabía que era real, y si era real, seguramente podría escucharlo, donde sea que estuviera.