23:31 h.
Frank Castle estaba corriendo por su vida, esas eran palabras que nadie creería que alguna vez escucharía, pero era la realidad.
Corría por las calles frías de Nueva York, con el agua cayendo como si el cielo se estuviera rompiendo, con el sonido de los truenos como único acompañante, además de algunos gatos que había asustado al pasar por la basura; con los rayos en alguna parte de la ciudad como iluminación, entre los vacíos y abandonados callejones de la ciudad.
Podía sentir esa cosa pisándole los talones, casi sentía su respiración en su nuca, sus afilados dientes tratando de llegar a su piel, sus garras tomándolo de las piernas intentando que no se fuera de donde lo tenía retenido, su rostro, tan deformado por las orejas puntiagudas, los ojos pequeños, pero borrosos, la nariz arrugada, la barba y las patillas horribles que le quitaban todo el atractivo.
Pero sin duda el tamaño era lo peor, era enorme, claro que con todo el cuerpo cubierto de pelo se veía aún más grande, pero era enorme de cualquier forma, al menos dos metros y medio, pero no era algo que se animara a preguntar o comprobar.
Entonces escuchó un rugido, acompañado del estruendo de otro trueno.
Estaba cada vez más cerca, ¿en qué problema se había metido?
23:46 h.
Pensó que estaba a salvo, con la camisa rasguñada, cubierto de arañazos, con el corazón acelerado y cansado, con las mejillas sonrojadas y con una gripe asegurada, pero vivo.
Estaba asustado, algo que no había estado hace mucho tiempo, y la luna llena era toda la compañía que esperaba recibir. Tenía que guardar silencio si no quería que esa cosa se acercara de nuevo.
Sacó su arma, lentamente, saliendo del techo que lo tenía resguardado mientras recuperaba el aliento. No tenía planeado herirlo, sin embargo, tampoco tenía planeado ser comido por la bestia, así como tampoco tenía intenciones de pedir ayuda a alguien que supiera más sobre qué hacer o cómo actuar en esa situación.
Solo tenía que esperar al amanecer.
Los dos tenían que esperar al amanecer y todo habría parecido una horrible pesadilla.
Comenzó a caminar, con un ojo pegado a la mira. Atento a cada sonido que podía escuchar en la solitaria noche, como lo haría el mismísimo Daredevil, concentrándose en todo aquello que le rodeaba, y por un minuto entendió a Rojo. Casi podía escuchar la vida de las personas en los pisos de abajo por donde caminaba, la televisión de alguien viendo una película de terror, un niño desesperado por no poder dormir y una anciana cantando una vieja canción al son de la radio, cada gota de lluvia golpeando el suelo y estaba seguro de que podía predecir cuándo sonaría el siguiente trueno y el siguiente rayo llegaría.
Todo era rojo, como siempre en Nueva York, los rayos iluminaban los carteles neón en tonos cálidos, las grandes pantallas y los charcos de agua estancada. Daba gracias a la contaminación lumínica de la ciudad, pues al menos podía tener un rastro de la sombra grande que se movía enfrente de ellas.
Entonces escuchó un sonido, más cerca de lo que había creído que estaría, chapoteando por los charcos que había en la azotea. Disparó sin acertar ningún tiro antes de comenzar a correr en sentido contrario, listo para saltar si fuera necesario, aunque carecía de la agilidad que se requería, al menos lo intentaría.