Matt Murdock sabía que estaba siendo observado.
O al menos eso era lo que Frank quería creer, ¿por qué otra razón dejaría la ventana abierta?, quizás porque era ciego, pero era sentido común que cualquier persona podría verlo.
No había nadie más que él, pero eso tampoco era una buena excusa.
No podría ser tan tonto para no saber que cualquier otra persona podría observarlo.
Las persianas estaban arriba, era evidente que él lo sabía, además, debería ser capaz de sentir la corriente de aire frío entrar a su habitación.
Él sabía que estaba siendo observado porque no había forma posible de que gimiera tan alto en la vida real, aunque Frank ciertamente estaba dispuesto a comprobarlo.
La ventana de su habitación daba casualmente a la ventana de la suya, así que solo se sentó en el borde de su cama, a disfrutar del espectáculo, a deleitarse con la película porno que estaba mirando gratis, ¿hacía cuánto tiempo que no se masturbaba? No lo sabía, pero ahora mismo estaba a punto de romper ese récord.
Y es que conocía a su vecino, él debería saber que vivía en el edificio de enfrente.
Se lo dijo cuando se cruzaron varias veces, en las pequeñas conversaciones que tenían en los pasillos o cuando le ayudaba a subir sus compras a su departamento.
Él sabía que estaba viéndolo.
Lo podía deducir por la sonrisa que salió de sus labios en cuanto los resortes de su cama destartalada crujieron cuando se sentó, por la forma en la que arqueó su espalda contra sus ridículas sábanas de seda roja, mostrando su pecho en una clara invitación para que saltara entre los edificios.
Pero él no se detuvo, y siguió moviendo su mano en círculos sobre su clítoris, lentamente, y no pudo evitar pensar que su lengua haría un mejor trabajo, o su propia mano, dependiendo lo que al pelirrojo le gustase.
Frank solo lo miraba, atentamente, mientras podía sentir como la sangre comenzaba a moverse a otra parte de su cuerpo, y sus pantalones ahora parecían una maldita tienda. Pero se negaba a tocarse con tan poco, al menos debía llegar hasta la mitad del show, por lo que solo comenzó a removerse en la cama en un intento absurdo por crear fricción contra la tela.
No sabe si el otro lo escuchó y mucho menos si leyó su mente, pero lo siguiente que vio fue cuando sus dedos se metieron en sus labios entreabiertos, listo para lamerlos como si fuera una paleta, y claro que a él le hubiera gustado ser esos dedos y poder sentir aquella calidez.
Pronto su mano estaba bajando, tocando sus piernas. Las más largas y tonificadas piernas que había visto y se preguntó cómo se sentiría tenerlas en sus hombros. Todo el camino hasta sus labios, donde por supuesto que después de tortuosos segundos masajeando toda el área, comenzó a introducir un dedo y ahora podía decir que estaba completamente duro.
Estaba agradecido de poder escuchar sus gemidos, sin poder saber si eran fingidos o no, pero realmente esperaba que fueran genuinos, porque en verdad estaban volviéndolo loco, tanto que cuando un segundo dedo se metió en su interior y soltó un grito necesitado, tuvo que comenzar a tocarse sobre sus pantalones sin poder soportarlo más.
Podía ver aquellos dedos entrando y saliendo con tranquilidad, su espalda arqueada contra el colchón, sus pies encogidos, su mano aferrándose a las sábanas, sus cabellos revueltos. Quería saltar por su ventana hasta llegar a él y tomarlo en ese momento, pero solo pudo quedarse mirando la escena como si fuera una maldita película porno. Porque definitivamente el tal Murdock debía ser un actor porno si es que tenía el descaro de hacer eso y gemir de aquella manera.