Frank Castle no soñaba.
No era que no tuviera sueños, los tenía, o al menos algo similar a aspiraciones en la vida, aunque tampoco diría que eran eso exactamente, eran más hacia un futuro cercano. Terminar el caso en el que estaba trabajando o cenar en casa de los Lieberman sin que alguien les interrumpiera, que Amy entrara a la universidad o que Curtis por fin consiguiera una novia para que lo dejara en paz, que Karen lo visitara más seguido o que Madani lo llamara alguna vez para preguntarle cómo estaba en lugar de solo pedirle favores. Que todos estuvieran a salvo.
Los sueños de otro tipo habían sido descartados hacía mucho tiempo y no se permitía a sí mismo fantasear con cosas como máquinas del tiempo o gemas que pudieran regresar su vida a lo que fue, porque sabía que de cualquier forma eso no arreglaba el problema.
Los jarrones rotos no pueden volver a pegarse como si nada.
Así que no, Frank Castle no soñaba. No en un sentido del deseo inútil y fantástico por algo, sino que tampoco por las noches, al dormir. Las pocas veces que tuvo el placer de soñar con algo habían sido muy pocas.
Ahora, las pesadillas eran otra cosa, esas llegaban cada noche, y cada día al despertar también.
No era muy difícil para él ser miserable cada minuto de su vida, porque al parecer ni siquiera en el momento en que se suponía que debía descansar su cerebro parecía parar, atormentándolo con recuerdos dolorosos de un pasado al que desearía ya no pertenecer, de una vida que ya no le era suya y que solo existía en sus memorias.
A veces todo era un campo de batalla, balas amenazándolo, armas apuntándole en la cabeza hasta que hiciera algo que él aún no descifraba que era; otras era peor y el arma estaba contra la cabeza de aquellos que alguna vez amó y a los que amaba. A veces a ambos, otras los perdía a todos, a veces los veía morir, otras él mismo los mataba.
Había una constante, eso era cierto, él era el problema y lo sabía, pero no podía alejarse por completo, por más que quisiera.
Aunque, últimamente había algo distinto. Un sueño recurrente. Alguien que lo visitaba cada noche.
Había comenzado a soñar, como no lo hacía desde que era un adolescente seguramente.
Todos podían notarlo, ya que últimamente dormía más, se le podía ver mucho más descansado, las ojeras debajo de sus ojos se habían desvanecido casi por completos, su actitud parecía haber mejorado notablemente, tenía mucha más energía e incluso su cuerpo había mejorado.
Pero era demasiado bueno para ser verdad.
Comenzó a volverse un problema cuando dejó su labor en las calles a un lado por querer descansar del mundo real y agotador en el que lamentablemente vivía, donde solo quería dormir hasta olvidarse de su triste realidad.
Pero ellos no lo entendían, ¿cómo podrían?
¿Cómo podrían cuando ellos no tenían el placer de recorrer los bellos campos de rosas con los que soñaba? ¿Cómo podrían si ellos no habían subido las montañas más altas y nadado en los océanos más profundos en una sola noche? ¿Cómo podrían si no habían visitado al Sahara y la torre Eiffel sin abandonar su cama? ¿Cómo podían saberlo si ellos no conocían al ser más maravilloso que había podido ver?
Y es que claro que él no podría haber hecho eso solo. Él no conocía los atajos en el reino de los sueños, él, que no conocía más que las pesadillas, jamás debió haber sido recibido en los bellos caminos del bosque de primavera cubiertos de las flores más bellas: Lycoris radiata, Cempasúchil, crisantemos, claveles, lirios y gladiolos.