Matt debió suponer que ese no era su Frank.
Debió saberlo desde el momento en que puso sus pies en la azotea, no sonaban igual a sus botas, había una pequeña variación en sus pisadas, pero había creído que solo estaba cansado. O quizás debió darse cuenta cuando el crujir de sus huesos rotos y reparados cientos de veces no acompañaba su caminar como era usual, pero puede que hubiera estado concentrado en otras cosas como para notarlo de primera instancia. Tal vez cuando se acercó para besarlo en medio del campo de batalla como si no hubieran estado peleando minutos antes y no tuviera ahora un feo moretón en la mejilla por su culpa.
Pero era Frank, hasta donde sabía. Su desastre andante con todo lo que eso implicaba. Con todo y el repiqueteo de su cinturón con armas golpeando su cadera, con sus botas pesadas pisando el concreto, con el olor a pólvora que tanto odiaba, pero que disimulaba bien el aroma a muerte que irradiaba, con la sangre escurriendo de alguna parte del cuerpo, con el olor a sudor que tanto odiaba, pero que amaba sentir o probar en la cama, con la adrenalina corriendo por sus venas y la ira creciendo desde cada parte de su cuerpo. Incluso su respiración era idéntica, ¿cómo pudo confundir su respiración pesada e irregular por los miles de veces que se había roto la nariz? ¿Cómo pudo confundir el latido del corazón que le acompañaba cada noche antes de dormir y con el que despertaba cada mañana?
Todo eso lo pudo saber cuando ya era demasiado tarde. Cuando aquella persona que en definitiva no era Frank ya estaba besando su cuello, cuando estaba acorralado contra una pared jadeando y empujando sus caderas contra él, cuando estaba envolviendo sus piernas al rededor de su cintura sin importarle que estaban a la vista. O cuando, inevitablemente, terminó siendo follado contra la pared de un edificio abandonado.
— ¿Matt? — escuchó la voz de Frank, su Frank, ese que debió haber estado con él todo ese tiempo y por un momento, todo pareció detenerse.
Por supuesto que ahora podía notarlo, aquel que acababa de llegar era, sin duda alguna, el Frank Castle con el que tomaba el café por las mañanas y al que le sanaba las heridas por las noches, al que besaba en medio de la sala y al que le lavaba el cabello, el que le describía lo que sucedía en las películas que veían juntos y al que debería conocer de pies a cabeza.
Y lo hacía, en serio lo hacía, pero ese otro era un doble perfecto. Pero ahora podía notar esas sutiles diferencias como el olor ligeramente distinto de sudor, el crujir de sus huesos, lo reciente de las heridas en cada uno, la forma en que se movían era distinta, por Dios, ¿cómo no pudo notarlo antes?
Igual no importaba, seguramente Frank no querría verlo después de eso.
¿Pero qué carajos se estaba cogiendo entonces?
— Oh Dios — fue todo lo que pudo decir, y no de una forma sexual como debería serlo en esa situación — esto no...
— ¿Quién carajos es este?
Y, como era de suponerse, pronto había golpes, aunque ninguno era precisamente dirigido a él.
— Frank, es suficiente — no lo estaba escuchando, demasiado ocupado golpeando el cráneo del desconocido contra el suelo — Frank, basta.
— ¿Por qué lo defiendes? Ah, claro, porque estabas cogiéndotelo hace un minuto — dice girando por primera vez hacia él.
Frank nunca lo lastimaría, al menos no de una forma que no disfrutaría, pero debe admitir que cuando este se levantó y comenzó a caminar hacia él pudo sentir algo parecido al miedo y a la preocupación arremolinarse dentro de él. Quizás solo eran los años de abuso por parte de Stick haciéndose presentes, no lo sabía, pero tampoco estaba del todo aterrado.