Hay veces en las que las cosas no salen acorde a lo planeado.
Y es que tenía que justificar sus acciones de algún modo y decir que "las cosas se salieron de control" no sonaba tan convincente para la gravedad del asunto.
Quizás, si se tratara de un jarrón roto y no de una costilla, habría tenido mucho más sentido, o tal vez si el cuchillo no se hubiera deslizado más adentro de su piel de la que había planeado hubiera podido justificarse. Pedir perdón de rodillas si era necesario porque sabía que Matt siempre lo perdonaba.
No podría hacerlo más, pero era católico, ¿cierto? Debía creer en eso.
Debería honrarlo, a su manera. Luego se encargaría de ir a la iglesia y pedir por su alma en silencio, en una de las butacas más alejadas, cómo estaba haciendo el día en que lo conoció.
Debería respetarlo, en serio debería hacerlo.
Pero su polla aún latía dentro del cuerpo inerte y cubierto de sangre. Ni siquiera necesitaría de lubricante, pues el líquido rojo cumplía esa función y estaba seguro de que podría venirse con solo sentir aquello, el olor metálico de la sangre, el cuerpo aún caliente sin la necesidad de estar vivo, atado a la tortuosa biología que lo hacía jadear y agitarse.
Ahora solo estaba ahí. Inerte. Solo para Frank.
No había más gritos ni pataleos, solo estaba su cuerpo perfectamente esculpido, con los ojos abiertos y con la mirada perdida como solía hacer.
Era hermoso, perfecto.
Frank gimió mientras se enterraba más profundo en el cuerpo, cada vez más rápido y sin contenerse, pues finalmente no había nadie a quien hacer daño.
La polla de Matt aún seguía erecta, por lo que comenzó a masturbarla con rapidez. Quería todo lo que pudiera conseguir antes de que comenzara a sentirse frío.
No luchaba más, no escuchaba ningún latido acelerado, ni olía a sudor ni sexo, todo había sido cubierto por la textura de la sangre, la facilidad con la que podía enterrarse en el cuerpo sin nadie que pudiera poner resistencia y los ojos nublados del pelirrojo.
Lo embestía cada vez más rápido y gimió cuando sintió la liberación post-mortem del otro, estaba tan cerca, demasiado extasiado mientras recorría su pecho lleno de sangre con sus dedos.
Su cuerpo estaba en llamas, podía sentir sus muslos temblar, el sudor y la sangre fusionándose en algún lugar de su pecho, y finalmente la liberación dentro del cuerpo de Matt.
Tendría que limpiarlo muy bien después de eso, estaba seguro de que no le había pasado algo similar antes, pero Matthew era un caso especial. Tal vez no había tenido una conexión así con nadie desde su difunta esposa.
Se reclinó sobre él, cansado, tratando de regular su respiración, y dejó un pequeño beso sobre su mejilla manchada de sangre.
Era una verdadera lástima que se hubiera acabado tan rápido la diversión. Extrañaría a Matthew, por eso necesitaba despedirlo de la mejor manera.
— Te ves tan bien así, cariño — dijo cuando salió de él y pudo ver su semen pintado de rojo escurrir fuera de él.
Lo limpió con su lengua antes de usar cientos de toallas de papel para tallar todo lo que podía con cuidado. Cuando notó que no estaba funcionando, lo metió a la ducha y se dedicó bañarlo, a lavar sus cabellos rojos hasta que regresaran a su color natural, como solía hacer cuando regresaba del trabajo.
Lo secó y llevó de vuelta a la cama, donde nuevas sábanas de franela lo estaban esperando. Lo vistió con una de esas ridículas pijamas de seda y lo cubrió hasta el cuello, incluso tomó su tiempo para besar su rostro y de cerrar sus ojos para darle un aspecto más natural antes de acurrucarse junto a él.
Se merecía una última noche de tranquilidad, sin peleas como en los últimos meses, sin gritos ni golpes. Solo ellos dos.
— Buenas noches, amor — dijo mientras acurrucaba su rostro en el cuello ya frío.
La mañana siguiente, cuando el sol apenas estaba saliendo, las primeras notas de Run Through The Jungle ya sonaban por todo el departamento mientras tarareaba al ritmo de la música.
Algo curioso sobre los órganos era que realmente se veían como en los libros de anatomía. Brillantes y rojos, a veces rosados. Con la textura que todos podían imaginar, húmedos, lisos, algunos un poco rugosos.
Era toda una experiencia inigualable el poder tenerlos entre sus dedos, casi excitante.
Pero tuvo que controlarse, pues el cuerpo de Matt ya había sido más mancillado de lo que le gustaría.
Era su deber honrarlo ahora que ya no estaba, tratarlo con respeto.
Por lo que, cuando tuvo todo el cuerpo limpio y preparado, comenzó a refrigerar. No sin antes guardar sus globos oculares que le parecían, quizás, su mayor atractivo, junto a su colección de otros trofeos.
Ahora, la parte más difícil de deshacerse de un cuerpo siempre serían los huesos. Aunque era una verdadera lástima, pues eran probablemente su parte favorita del cuerpo humano. Una vez limpios eran hermosos, casi blancos, sucios, como las personas en su interior.
Lo que hacía con ellos era repartirlos a los perros en la calle. Quizás no era lo mejor, pero al menos ellos tenían algo con lo que divertirse por un rato y solían irse a todas partes de la ciudad, por lo que no había nada de evidencia que los vinculara a él. También solía darles un par de vísceras que sobraban, creía firmemente que también merecían disfrutar de las delicias que solía cocinar también.
Matt no solía enojarse porque le diera de comer a los perros de la calle como todos los demás.
Ese día comió hígado encebollado, quizás el más delicioso que había probado en todo el año.
— Sabes tan bien, Matthew — dijo a nadie en particular, mirando una de las fotos que tenían juntos.
Al menos conservaría una parte de él consigo mismo, para siempre. Y si no bastaba, siempre podría darle otro vistazo a sus bellos ojos guardados en su alacena.
Días después fue a misa, cuando los restos de Matt habían desaparecido del refrigerador y se sentó en la última fila y rezó, pidió por su alma como sabía que al pelirrojo le habría gustado que hiciera.
— ¿Puedo sentarme aquí? — llegó un hombre, atractivo pero sin llegar al nivel de Matthew. Tal vez él había elevado bastante sus expectativas.
Pero no estaba mal.
Sonrió y se movió a un lado, dejándole espacio al otro para sentarse.
— Frank Castle — dijo extendiéndole la mano, con su mejor sonrisa y ojos pequeños para hacerle ver más amigable. Siempre funcionaba.
— Billy Russo — dijo aceptando su apretón de manos y pudo ver sus mejillas sonrojadas.
Otro que iba a caer muy fácil, se preguntaba si sabría tan bien como Matt.