22. Cementerio.

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Las nubes negras se arremolinaban sobre la ciudad, la neblina había descendido hasta tocar el suelo y no había rastro alguno de la luna en el cielo.

No era un buen día para ir al cementerio, mucho menos solo, pero era necesario.

Daredevil, el hombre sin miedo, estaba en un ataúd y la ciudad que tanto había amado estaba de luto.

O al menos eso se esperaba, pues el crimen nunca para, eso lo sabía, también que el maldito Iron Fist no estaba haciendo un buen trabajo, sobrellevando eso cuando tuvo que hacer el trabajo por él cientos de veces.

Él tampoco estaba sobrellevando bien la muerte del superhéroe.

Había olvidado la sensación de estar a la deriva, de no sentir nada más que dolor, de estar tan vacío que trataba de llenar su alma con venganza y sangre, de no poder dormir por las noches y de despertar con pesadillas que le recordaban que no pudo hacer nada.

Estaba perdido, otra vez, y dudaba que hubiera alguien que pudiera regresarlo a su cauce.

Micro estaba preocupado cuando se quitó el rastreador, intentó hablarle, pero solo con entrar a la sucia y descuidada casa de seguridad, de ver su barba y cabello crecidos, su cama deshecha donde solo pasaba los interminables días y las insoportables noches, lo dejó en paz. Los Lieberman le llamaban cada semana y él, sin querer demostrarse débil, solo dejaba sonar el teléfono.

Curtis había hablado con él para decirle que debería ver a alguien, hablar sobre ello, y Frank, como un muerto en vida, solo había asentido y rodado en su cama, tapándose con las sabanas de seda que nadie sabía de dónde había sacado.

Karen intentó levantarlo de la cama, pero también fracasó, así que optó por llevarle el casco, sucio y roto de lo que había quedado de él, solo lo tomó, sabiendo que lo abrazaría cada noche, aferrándose a algo que nunca más regresaría.

Madani lo llamó, como todos los meses, para preguntarle cómo estaba llevando su vida, y él solo pudo aguantar las lágrimas, pues, en definitiva, no estaba llorando por la muerte de Rojo. Ella solo se quedó callada, escuchando como escupía su alma en una llamada.

Amy había ido a verlo, acompañada del hombre araña, y le obligaron a levantarse de la cama. Él se negó, pero su debilidad por los que él creía que aún eran niños pudo más.

Y volvió, pero no era exactamente él.

Si alguna vez sintió una pizca de remordimiento, en definitiva se había ido, y si alguna vez había sido misericordioso, no había rastro de eso.

Todos en esa asquerosa ciudad merecían morir porque ninguno había sido capaz de salvar a su cuidador. Todos eran unos malagradecidos, y él no esperaría a que se arrepintieran. Matt Murdock era el católico que creía en la redención, pero él sería el diablo que necesitaban en la ciudad.

Pero, aun así, esa costumbre de ir al cementerio y llorar frente a las tumbas de aquellos que había perdido, esa que había quedado olvidada, últimamente era más frecuente.

Así que en esa noche de octubre, cubierto en sangre como ya era usual, claro que había ido a visitar la lápida especial en nombre de Daredevil, justo a lado de otra del desaparecido Matthew Murdock. Con rosas porque ambos odiaban las rosas hasta que les dieron un nuevo significado, o al menos eso le había dicho.

— ¿Qué carajos...? — sintió la sangre hervir cuando las dos tumbas, completamente abiertas y los ataúdes abiertos, le dieron la bienvenida.

Estaba listo para matar a alguien, a encontrar al responsable y vaciar un cartucho sobre su cabeza, o quizás, si sus razones lo hacían enojar de más, estaría dispuesto a golpear su cabeza contra el suelo hasta verlo sangrar.

Horror Kinktober 2022 [Fratt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora