Siglo XIX
Matthew había visto muchos vampiros en su vida y no le agradaban.
Pero claramente todo eso fue antes de encontrarse contra una pared, siendo cogido por uno de ellos, uno que no dejaba de lamer su cuello lascivamente.
No le importaba que fuera un vampiro mientras pudiera seguir empujando en su interior, mientras pudiera seguir jadeando con sus manos resbalando por la pared de piedra y, por supuesto, mientras pudiera dejarse morder por uno de esos seres de la noche.
No le agradaban hasta antes de aquella gala en la que había terminado empotrado contra a una pared fría, justo como en ese momento.
Tanto el Diablo como Matthew Murdock habían tenido la fortuna y desgracia de ver un vampiro, pero ahora se daban cuenta de que ni siquiera necesitaban hacerlo.
No cuando les bastaba con sentir sus manos frías recorriendo su pecho, no cuando se detenía a revolver sus pezones entre sus dedos y pellizcarlos lo suficientemente fuerte como para excitarlos sin dañarle, mucho menos cuando podía sentir toda esa longitud entrar y salir continuamente, golpeando los confines más placenteros de su ser.
— ¿Qué dirían los de la iglesia si te vieran aquí, conmigo? — le dijo el vampiro halando su cabello pelirrojo hacia atrás, sacándole un gemido desde lo más profundo de su garganta.
Sentía sus ojos llenos de lágrimas, siendo solo otra víctima del placer y la lujuria que no podía hacer más que jadear y rogar por más, o tal vez, incluso, por su vida.
— ¿Qué dirían si vieran que le fallaste a Dios esta vez? No deberían confiar tanto en alguien que usa el nombre de uno de los grandes traidores para protegerlos — dijo mientras se acercaba tentativamente a su cuello, podía sentir su aliento en su nuca, expectante, sus cabellos sudados se erizaban esperando lo inevitable — todo el mundo debería saber que te cogiste al asesino en lugar de enviarlo a la cárcel, ¿no lo crees?
Antes de que pudiera contestar cualquier cosa, sintió la mano de Francis en su polla, masturbándolo sin compasión, sentía que en cualquier momento iba a explotar.
— Francis, por favor — comenzó a decir sintiendo el clímax arremolinarse en su vientre.
— No. Aún no — apretó su mano contra la base de su miembro, haciendo que soltara un quejido absurdo y que moviera sus caderas con necesidad. Tanto para seguir sentir al ser de la oscuridad dentro de él como para tener algo de fricción contra su mano.
— Por favor... — rogaba recargando su frente contra la pared, desesperado por su liberación.
Francis salió de él lentamente, haciéndolo parecer una tortura, solo para darle la vuelta y cargarlo hasta colocar sus piernas alrededor de su cintura.
Ahora ambos podían mirarse a los ojos, compartiendo toda la lujuria que albergaban sus cuerpos.
Matthew ahora podía apreciar en su totalidad el escultural cuerpo de Francis y se deleitaba con la maravillosa vista de su rostro lleno de sudor, sus ojos rojos mirándolo con lujuria y la vena en su frente que saltaba por el esfuerzo.
Una vista simplemente magnífica.
Francis no se quedaba atrás, teniendo la oportunidad de ver los ojos cristalinos del color del mar frente a él, inundados de lágrimas de placer, cabellos rojos como el fuego revuelto ante los deseos más primitivos.