Matthew llevaba una vida bastante organizada.
A pesar de que Frank había comenzado a vivir con él desde hace poco, había sido bastante considerado al comprender y adaptarse al estilo que Matt había estado llevando.
No era difícil de entender que ciertas cosas le hacían la vida más fácil con su discapacidad visual, como no dejar ropa en medio del pasillo o zapatos sin ordenar a un lado de la cama. Fácilmente, podría reconocer dichos objetos, pero también había días en los que estaba tan enfocado en su trabajo en sus cosas de superhéroe que también podría dejarlas pasar y podría ocasionar algún accidente. Lo aprendió a la mala.
Sin embargo, difícilmente, un peine extra era un problema, siempre y cuando estuviera en su lugar. Y ese era precisamente el tipo de cosas que Frank ya venía haciendo desde antes, por lo que ahora no era difícil la convivencia.
Un poco más de ropa que lavar, una taza extra por las mañanas, una toalla más en el baño. Todo perfectamente organizado.
Es por eso que el día en que perdió su cepillo de dientes no pudo evitar sentirse enojado con Frank durante todo el día.
Buscó desperado por más de treinta minutos, debajo del lavabo, en los gabinetes, junto a las toallas, en el suelo, incluso en el cesto de ropa sucia. Todo sin éxito.
Claramente, recordaba haberlo dejado allí la noche anterior y tomando en cuenta que la única persona que podría haberlo movido era Frank, no pudo evitar maldecirlo durante el día, cuando se le hizo tarde para llegar al trabajo y para colmo, con su aliento mañanero persiguiéndole.
— Hice la cena — fueron las palabras que lo recibieron al caer la noche y entrar a su departamento con el característico olor a pollo y pasta.
Frank se acercó para besarlo, como cada noche, pero Matt logró evadirlo y fruncirle el ceño.
— Tomaste mi cepillo de dientes hoy. Apesto — dijo probablemente repentinamente menos enojado de lo que había estado durante el día.
— No lo hice — Frank no podía mentirle, evidentemente, y todo parecía indicar que ni siquiera lo estaba intentando.
— No lo encuentro y eres la única persona que pudo tomarlo — dijo en un susurro, rendido y cansado. Frank le dedicó una pequeña sonrisa y estrechó sus hombros con cariño.
— Debió haberse caído — dejó un beso en su cabeza para después darse la vuelta y caminar hacia la mesa donde la comida ya estaba servida — compraré otro si no aparece, ¿si? — él asintió.
Al otro día, Frank apareció con un cepillo nuevo justo donde había estado el otro, y dos semanas después su viejo cepillo había regresado a su lugar como por arte de magia.
Ese había sido solo el principio.
Le siguieron largas semanas frustrantes donde sus llaves desaparecían en el momento más inoportuno y tenía que regresar a casa con la esperanza de que Frank hubiera vuelto temprano del trabajo para poder abrirle. Cosa que muchas veces no sucedía, por lo que tenía que allanar su propia casa incómodamente sin su traje de Daredevil, esperando a que los vecinos no pensaran nada malo.
Sus zapatos se perdieron, a pesar de siempre los dejaba en el mismo punto. Un día simplemente dejaron de aparecer juntos, causándole más gracia a Frank de la que debería hacer el verlo correr en un solo pie por todo el departamento buscando el par.
Mismo caso con las calcetas, pero aunque no le gustara, podía vivir utilizando los pares disparejos.
Era inusual, claro, pero creyó que era normal.