No era ningún secreto que Frank amaba los perros.
Quizás eran los años del ejército que aún estaban con él, ya que siempre había adorado pasear con ellos cuando nadie más tenía la oportunidad, por las interminables misiones que libró a su lado, o tal vez solo era por su pelaje suave y brillante.
No lo sabía, quizás solo era que le gustaban los perros. Su lealtad, su inocencia, lo juguetones que eran. Aún puede recordar todas las veces en las que su corazón se rompió en mil pedazos viendo los perros desnutridos en la calle en medio de la lluvia y que les llevaba comida porque por más que quisiera llevarlos a casa con él, Maria nunca lo dejaría.
Pero María ya no estaba y Lisa ya no podría tener ninguna alergia al pelo de perro, Frank Jr. tampoco podría disfrutar de correr y lanzarle una pelota.
Así que cuando encontró a Matt, junto a un bote de basura, herido y tan desnutrido que parecía que no había comido en meses, no pudo evitar llevarlo a casa.
El plan había sido tenerlo un par de meses, hasta que este sanara y después le buscaría un hogar. O al menos eso le había dicho a su casero, quien afortunadamente lo había dejado quedárselo con esa excusa tan burda.
Sin embargo, eso nunca sucedió. Matt nunca encontró otro hogar, al parecer nadie quería cuidar de un perro corriente, ciego, que seguramente derivaría en otros problemas de salud en el futuro.
Así que, con su poco dinero, con la cola entre las patas y con un perro tan castaño que parecía casi rojo en una jaula, tuvo que dejar su departamento y buscar otro en donde los aceptaran a ambos.
Y es que, ya todos amaban a Matt, él mismo lo hacía, y mentiría si dijera que estaba triste porque nadie lo hubiera adoptado.
Era tranquilo, no solía ladrar mucho, a menos que las personas se acercaran demasiado a él durante los paseos, pero por lo general era muy callado. No era agresivo, a menos que lo provocaran como era normal en cualquier otro ser vivo, además de que era sumamente cariñoso, adoraba dormir junto a él y recibirlo con lengüetazos cada vez que llegaba del trabajo. Quizás no era el perro más juguetón del mundo, ya que dormía la mayor parte del día, pero por lo menos era una gran compañía y había pequeños detalles que solo él conocía, como que le encantaba mojar sus patas después de la ducha y patinar por todo el suelo, y aunque limpiar era un desastre, al menos era divertido verlo jugar de esa manera.
Pero, claro que había cosas que simplemente no entendía y es que parecía sumamente humano la mayor parte de las veces, conductas que definitivamente no eran usuales en perros, como girarse cada vez que Frank se cambiaba al llegar del trabajo, a pesar de no poder verlo. Sus aullidos poco comunes, como si estuviera intentando hablar con él, o tal vez, las veces en las que parecía entender todo lo que decía. Todavía recordaba la vez que estaba cansado de buscar sus llaves hasta que Matt salió de la habitación y regresó con ellas en el hocico. No se fue hasta que le dijo gracias y pudo jurar que lo vio asentir.
No le tomó importancia, era el mejor perro que podría tener.
Excepto, claro, por el hecho de que no era un perro, o al menos totalmente.
Lo descubrió un día en el que se quedó dormido con Matt a sus pies como todas las moches y pudo sentir como bajaba de su cama. No era nada raro, no solía dormir ahí toda la noche, pues solía acalorarse bastante con las sábanas.