No importaba como había llegado ahí ni el cargamento de droga que estaba llegando al puerto, mucho menos los narcotraficantes muertos debajo de sus pies.
Se lo merecían igualmente.
Lo único relevante esa noche serían sus botas llenas de vómito del mismísimo Diablo de Hell's Kitchen.
Se habían alejado demasiado del puerto, hasta un punto donde realmente no alcanzaban a reconocer, el aire movía el barco inestable de un lado a otro, una tormenta parecía acercarse por la forma en que las olas se arremolinaban y el cielo se oscurecía. Hasta que, claro, el primer trueno sonó y solo provocó otra arcada más fuerte del pelirrojo y un escalofrío en su cuerpo.
Frank no pudo hacer más que frotar su espalda sin querer mirar hacia abajo. Sus botas recién boleadas no podía estar más sucias en esos momentos, por lo que solo lo dejó ser.
— Lo siento — dijo levantándose lentamente y limpiando su boca cuando terminó — nunca había estado en un barco así, las olas me marean.
No podía juzgarlo de cualquier forma, él mismo se sentía mareado y podía decir que el hedor a muerte era lo suficientemente fuerte para causar lo mismo en cualquier persona. No era una buena combinación, eso era seguro.
— Descuida, estaban sucias de igual manera — dijo sabiendo que aun así podría percibir la mentira.
Rojo no dijo nada, solo asintió, pero a pesar de la noche y a través de la neblina alcanzó a ver sus mejillas sonrojadas, haciéndole honor al apodo.
— ¿Alguna idea de dónde estamos? — preguntó Frank, queriendo desviar sus pensamientos del curso que estaban tomando. El otro negó con la cabeza.
— No puedo escuchar nada. Creo que sigo algo mareado — dijo mientras se inclinaba nuevamente hacia Frank para buscar estabilidad, tomándolo de un hombro para no caer.
Esta vez, al menos, había avisado, por lo que lo dirigió hasta la borda para que descargara su estómago nuevamente en el agua. Solo se quedó a su lado para detenerlo si amenazaba con caerse. No sabía si el otro nadaba, pero sería terrible de igual manera si se caía y moría de una hipotermia en medio de la nada.
Castle se resbaló por la pared metálica hasta sentarse en el suelo frío, solo escuchando las arcadas del otro, sintiendo de repente el cansancio apoderarse de su cuerpo.
Cuando terminó de vomitar, siguió su ejemplo y se dejó caer por la orilla, escondiendo la cabeza entre las piernas, seguramente apretando los ojos para evitar que volviera a suceder lo mismo.
Le daba lástima, el pobre seguramente estaba sufriendo, así que solo podía masajear su espalda tratando de transmitirle cierto apoyo.
Por el momento no se sentía bien pelear con él, como había estado haciendo desde que se encontraron en el mismo barco.
La rutina de siempre: el castigador quería hacer pagar a los responsables y el diablo defendía la integridad de los criminales. Terriblemente apropiado.
No importaba realmente como habían llegado a ese punto, sin embargo, ahora realmente ninguno tenía ni las ganas ni la energía de pelear.
Rojo se tensó debajo de su tacto, pudo sentirlo, sobre todo cuando levantó la cabeza y la ladeó en uno de sus características movimientos.
— ¿Qué es? — preguntó curioso.
— Un barco — y como si de una película de terror se tratase, un trueno anunció la llegada del mismo.
Rojo no dijo nada, no era necesario, pues era evidente que no había estado allí antes.
Un barco antiguo, aún hecho de madera e imponente, se detuvo frente a ellos. Las velas sucias y deshilachadas ondeaban al compás del viento y las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer. Frank no era ningún experto en barcos, pero no era necesario para saber que ese tipo de navíos ya no se utilizaban, así como tampoco necesitaba de los sentidos de Daredevil para saber que había algo raro sucediendo allí dentro.