20: Pueblo fantasma.

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Había un pueblo en algún lugar del mundo que se rehusaba a ser llamado pueblo, por lo que eran una ciudad. Una ciudad pequeña.

Una ciudad donde las fiestas patronales duraban días, festividades llenas de colores y fuegos artificiales, con música y baile por las calles empedradas, de risas de niños jugando por las calles, pues era un sitio muy seguro.

Una ciudad tan pequeña que todos se conocían entre sí, una ciudad donde todos sabían todo de todos y donde los secretos no duraban por mucho tiempo, donde la privacidad era un mito y los rumores, el entretenimiento.

Una ciudad donde se iba a misa todos los domingos porque no había nada más que hacer y la comida era exquisita, donde el dinero importaba poco y se seguía con el trueque disfrazado de amabilidad.

Una ciudad que hoy ya no existe.

Aunque en realidad, toda esta información no es del todo correcta, y tampoco estamos hablando de la ciudad tal y como era, pues, como es usual, tenía sus cosas malas.

También era una ciudad donde las mujeres no podían caminar tranquilas por las calles con el peligro de ser robadas por algún hombre y nunca más ser vistas, también era el tipo de ciudad donde la iglesia controlaba cada pequeño aspecto de la vida de sus ciudadanos y que infligía castigos que al mismísimo diablo le darían miedo; por supuesto que también era el punto donde la gente poderosa escondía sus trapitos sucios porque no había mucho por esos lares.

Era una ciudad donde la libertad de expresión era un mito y dónde el ser diferente era condenado a ser apedreado por todos.

Pero no para el sacerdote, Matt Murdock, pues sus oscuros secretos estaban más que escondidos, bien escondidos en el sótano de la iglesia, o en su habitación, algunas veces en el confesionario.

Todo el mundo amaba al padre Murdock. Era atractivo, tanto que todas las mujeres, chicas y grandes, estaban terriblemente decepcionadas por sus decisiones de vida, por elegir el camino de la iglesia, pues ahora nunca tendrían una oportunidad. Aunque no faltaba alguna que intentaba y fallaba estrepitosamente, quizás eso era lo que lo volvía tan atractivo, lo inalcanzable, lo imposible. Era tan educado que incluso cuando las rechazaba, las hacía sentir queridas, que realmente no había ningún problema porque él era tan humano que comprendía sus errores e impulsos de la naturaleza.

Era comprensible que todas las mujeres estuvieran detrás de él, hasta yo lo estaría. Era guapo, amable, transmitía tanta paz y confianza en sí mismo que era algo de admirar o envidar; tan empático, tranquilo, seguro de sí mismo, con buen sentido del humor y ganas de ayudar.

Era perfecto. O al menos eso creían.

Pero ellos no sabían, no tenían ni la menor idea de lo que sucedía en la iglesia cuando caía la noche. Nadie podría saberlo porque eran silenciosos, fantasmas en la obscuridad que corrían frente a las ventanas de la iglesia, persiguiéndose hasta caer al suelo a besarse entre risas como dos adolescentes.

Ya corrían las leyendas y rumores de los espíritus que se ocultaban en la cúpula de la iglesia, de mujeres de blanco o figuras negras moviéndose rápidamente.

Alguna vez incluso escuché a alguien decir que se trataba del mismísimo diablo tratando de corromper al amable sacerdote, pero que este no había caído en sus garras, que luchaba cada noche contra él y que esa era la explicación para los ruidos raros en la madrugada y sus ojeras al día siguiente. Nada más alejado de la realidad.

Los pecados del padre Murdock tenían nombre y apellido: Frank Castle.

Frank Castle era un forastero, pero como tenían que pretender que eran una ciudad no les gustaba decir la palabra, era muy pueblerina, así que solo era un extraño.

Horror Kinktober 2022 [Fratt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora