Matt despertó con el aroma a claveles, pancakes y café por la mañana.
No hizo falta que estirara la mano hacia un lado para saber que Frank no estaba ahí, ya que podía escuchar sus pasos dando vueltas alrededor de la cocina, pero decidió fingir que no estaba escuchando nada, que aún estaba dormido, solo para esperar y ver lo que hacía el otro, así que solo se acurrucó más en su cama, abrazando la almohada olía a Frank.
— No es justo — dijo Frank al entrar a la habitación.
Matt solo pudo reír e indicarle que se acercara. Frank dejó la bandeja sobre la mesa de noche y se tumbó en la cama a su lado, enrollándose al rededor de sus piernas y entre las sábanas de seda, con su cabeza reposando sobre su pecho. Inmediatamente, comenzó a acariciar su brazo, lento, tranquilo, y dejó un beso en su cabello.
— No puedo hacer nada lindo por ti, siempre descubres todo — suspiró molesto, aunque Matt sabía mejor que eso, y sabía que no lo estaba realmente.
— No pensé que notaras que estaba despierto — se encogió de hombros con simpleza.
— Estabas sonriendo.
Matt no dice nada y eso saca una pequeña risa incrédula del otro, pero tal vez, es solo porque se ha dado cuenta de que su vida es mucho más feliz desde que tiene a Frank Castle a su lado.
Sus demonios se han desvanecido, aunque no por completo, y ahora al menos puede dormir por la noche la mayoría de las veces. Se siente libre, tranquilo.
Ya no había más ese sentimiento de nerviosísimo que uno tiene al inicio de cada relación, eso se había detenido casi por completo después de un tiempo, aunque aún había esos momentos en los que sus corazones se aceleraban, en los que aún se sonrojaban por ciertos cumplidos.
Pero en general, todo era tranquilo en sus vidas, era calmada, pacífica. Y no era que no tuvieran sus problemas, porque por supuesto que aún tenían esas peleas en las que terminaban golpeándose en el suelo y teniendo sexo inmediatamente después. Sin embargo, también sabían que todo estaría bien, que al regresar a casa siempre había alguien esperándolo con los brazos abiertos después de una larga noche, alguien con quien hablar por horas, alguien a quien besar hasta que sangraran sus labios.
Eran felices. Matthew era feliz, y sabía que Frank también lo era.
Siguió acariciando su cabello, sus brazos, su espalda, todo; los dedos de Castle recorrieron todo su cuerpo, justo donde las marcas rojas del día anterior se encontraban, y los latidos calmados de Frank se aceleraron un poco, casi diciendo "yo hice eso" con orgullo.
— Te amo — le dice en voz baja, casi temerosa, porque no es algo que digan realmente, sino algo que prefieren demostrar. Pero el sentimiento llega tan abrasador y repentino que no puede contenerlo un solo momento más.
Frank sonrió y sabe que el sol brilló un poco más a través de las cortinas del departamento. Dejó un beso en su pecho, justo sobre su corazón.
— Yo también, rojo.
Y sabe que no importa si el mundo se acaba, si los fantasmas del pasado regresan para atormentarlos entre sueños, si les lanzan hechizos, si los vampiros y los hombres lobos intentan comérselos.
Lo pueden todo, son invencibles juntos.
— Come tu desayuno — le dice dejando otro beso en su pecho.
Por un momento se había olvidado de todo lo que lo rodeaba, de las flores que Frank había comprado como cada semana y que tendría que investigar el significado más tarde, del desayuno que había preparado con tanto esfuerzo para no hacer ruido, de la ciudad hecha un caos en las calles. De cualquier otra cosa que no fuera Frank Castle.
— Tengo sueño — miente, en realidad solo quiere abrazarlo por horas con los ojos cerrados, escuchando los latidos calmados de su corazón, sintiendo su aroma a sexo de la noche anterior, aún en su piel.
— Luego podemos regresar a dormir.
Así era su vida, y no podía estar más orgulloso y feliz de que era una realidad.
Su vida ahora olía a claveles, pancakes y café por la mañana.
Y sonrió, sintiéndose pleno.