2: La voz de las notas.

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¿Sirenas? parecía no ser más que una mala broma

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¿Sirenas? parecía no ser más que una mala broma.

Pensar por un momento que esas criaturas existían, era motivo para ser encerrado en un manicomio.

Hasta ese punto de mi vida no me cuestioné la posibilidad de que un ser así pudiese ser real, porque rompía la forma en que comprendía al mundo y sus leyes naturales.

Era imposible creer que una especie así podía convivir en el mismo mundo sin ser vista por otro ser humano en algún momento. Es decir, existían relatos de marineros contando sus experiencias al ser agredidos por un grupo de sirenas, pero nadie los bajaba de locos borrachos.

Puede sonar increíble, pero la primera vez que me encontré con la criatura ni siquiera pensé en sirenas. Solo fue algo extraño, como si dudara de mi propio estado conciente.

No fue agresivo, como es que se suele describir a los de su especie. Bien pudo dejar que cayera al agua para morir ahogado o congelado, pero no lo hizo.

Aunque nuestro encuentro no fue agradable, supe que eso era el verdadero motivo por el que estaba ahí; los osos polares y las morsas podían irse al diablo.

La noche del desastroso descubrimiento, no dejé de pensar en la criatura y en su hermosa voz.
Me perturbaba recordar su larga aleta que se movía a un ritmo lento, de adelante hacia atrás.

No aprecié del todo su rostro, estuve más intrigado por ver sus pupilas que por el conjunto de rasgos que formaban su semblante.

Los mitos decían que la belleza sosegante de las sirenas era su arma hipnótica. Pero ciertamente, la criatura no fue tan bella a primera vista. De lo contrario, no habría llamado más mi atención esa mirada tan animal, posada en una máscara de piel humana.

Por varias horas pensé en la forma de volver a llamar a la criatura, no precisamente por querer encontrarnos, sino porque estaba en ese sitio para investigarla, y no quería perder más tiempo haciendo absolutamente nada.

Estuve cerca del borde del agua toda la tarde, esperanzado de verlo salir de nuevo.
Presté mucha atención a los sonidos que emergían a la superficie, pero todo era tan pacífico que resultaba más aterrador que el mismo ente.

Recordé su melodía encantadora, y supuse que recrearla era una forma de llamar su atención, si es que estaba cerca.

Era imposible que naturalmente llegara a notas tan agudas, así que usé mi único recurso disponible: un silbido.

Resonó con fuerza y viajó con el viento. Me era difícil tener aire suficiente para que la melodía sonara similar, pero intenté ser consistente con el ritmo de las notas.

Tal vez estuve así por media hora, sientiéndome como un fracasado.

La noche comenzaba a apoderarse del lugar, y en la oscuridad no estaba dispuesto a encontrarme con la criatura.

Estaba a punto de rendirme, cuando muy en lo profundo se escuchó el cántico de nuevo. Tan magnético y precioso.
Realmente era como una droga, que me enloquecía y me hacía perder el control de mis acciones.
Escucharlo era adentrarse a una sensación alucinógena; un viaje del que no quería salir jamás.

Continué silbando a la par del ser, corrompiendo el pacifismo que regía la zona.
El canto comenzó como una melodía musitada, pero no tardó en transformarse en un sonido más humano. Parecía que la criatura abría la boca para reproducir las notas, que seguían siendo envolventes y dignas de ser representadas en una ópera.

Guardé silencio para apreciar más la canción, que aún se oía en lo profundo.

Aquella voz se apagó de a poco, y una sensación de intranquilidad me invadió.

Podía escuchar su andar en el agua, pero no su voz.

Miré fijamente el mar; una sombra parecía desplazarse entre las olas, con la elegancia más natural que haya visto.
No se distinguía del todo bien, pero su aleteo parecía una especie de baile.

Pasaron pocos segundos cuando la criatura sacó la cabeza de nuevo, esta vez con la mitad del rostro dentro del agua.

Recuerdo dar otro paso involuntario hacia atrás. Su mirada se clavaba en mí, de forma intensa e intimidante.
Me gustaba la adrenalina que me hacía sentir, era muy satisfactorio.

Puse una rodilla en el hielo y empujé el torso hacia adelante.

—Hola —dije, sin esperar respuesta.

La criatura no produjo sonido alguno, tan solo se quedó ahí, observándome con esa ferocidad deleitante.

Estiré el brazo acercándolo al ente, con la intención de que comenzara a reconocerme.
Sin embargo, el intento fue en vano, pues él retrocedió y lanzó un siseo.

—No tengas miedo, no te haré daño —alcé ambas manos y le mostré las palmas.

Poco a poco, la criatura se acercó, aún sin revelar su rostro.
Nadó hasta la orilla y al llegar, tan solo subió su mirada.

Acerqué una mano hacia su semblante, pero eso lo asustó, pues retrocedió velozmente.

—Calma —solté con voz pacífica, dejando el brazo extendido para que la criatura decidiera cuándo y cuánto acercarse.

El ser no tardó mucho en romper la distancia, sacando su rostro completo del agua y mostrando parte de su cuello.

Quise retroceder en cuanto lo miré, pero me mantuve firme en mi objetivo, a pesar de todo.

Su rostro era demasiado delgado, parecía estar succionando las mejillas, pero solo era un efecto de sus pómulos pronunciados. Tenía la piel blanca y pálida, casi en un tono grisáceo. Y sus facciones eran tan finas, que ningún mito griego le hacía justicia.

Era una belleza rara, no desagradable, pero sí incomoda.

La criatura acercó el rostro a mis dedos y comenzó a olfatearlos; sus fosas nasales eran pequeñas y alargadas.

Un escalofrío me recorrió la columna cuando sentí su respiración chocando contra mi piel. Estaba húmeda, como la brisa de las costas cálidas.

La criatura actuó rápido, abrió la boca e introdujo mis dedos.

Mis ojos se enfocaron en sus dientes puntiagudos, creí que me mordería y me arrancaría la carne, pero cuando pretendí alejar la mano, la criatura cerró la boca.

Solté un quejido y moví mi brazo como reflejo, chocando el índice con el paladar del ente.

Para mi sorpresa, apenas pude sentir el roce de sus dientes.
Dio algunos sutiles mordiscos y finalmente soltó mis dedos.

Tomó un poco de distancia y me miró de nuevo. Había una pizca de sátira en sus ojos.
Luego, volvió a repetir su acción, dando suaves mordidas.

Entendí que estaba jugando y aunque me pareció extraño, me hizo pensar que la criatura tenía conciencia.

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