25: Corazón latiente.

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¿Qué fue lo más estúpido que hice en la vida?

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¿Qué fue lo más estúpido que hice en la vida?

Tal vez querer regresar a Londres, sin considerar la notable presencia de la guerra. Tal vez negar durante más de la mitad de mi vida la existencia del tritón; o tal vez fue, mirar sus ojos aquella maldita tarde en que se apareció por primera vez.

No lo maldigo a él, me maldigo a mí por permitirle a mi versión joven hacer de mi vida un infierno.

Una bestia, salada y escurridiza, que se convirtió en el único e irremplazable amor de mi vida.

No era un monstruo, era una criatura como cualquier otra, pero su apariencia humana me engañó, y ahora sigo sufriendo porque jamás consolideraré mi amor.

Lo que duró estuvo bien; nosotros no estábamos destinados de todos modos.

En aquel entonces, tardé en llegar a la cabaña, porque no sabía para dónde avanzar.

Nieve por todos lados, y con suerte, vería algún pez en el océano.

No voy a decir que no tuve ganas de volver por él durante todo el camino, pero tuve una extraña fascinación por hacerlo sufrir.

Fue momentáneo, pero me acogió la fantasía de jamás regresar, e imaginaba qué haría para sobrevivir, hasta simplemente desvanecer.

Tortura pura; creo que la soledad ya me estaba afectando a ese punto.

Quería escuchar sus chillidos, saber que estaba atrapado con un cadáver que se pudriría a los pocos días. Quería verlo tratar de escapar, sin conseguirlo.

Ese fue el pensamiento que me sofocó durante días, al sentir la culpa de ver vacíos los lugares que solía ocupar, y ser conciente que tras cada amanecer, no me esperaría impaciente fuera de la cabaña.

Veía sus rasguños en la madera, su tina de agua, y las prendas que me robó para hacer su propio nido bajo la cama.

Fui un imbécil.

Pasé días enteros pensando en él; ni siquiera la comodidad de la cabaña, me pareció lo suficientemente valiosa, como para intercambiarla por la compañía de Axl.

Había una libreta, que trajo la expedición tras su primera llegada.
Solía hacer algunas anotaciones, pero en ese periodo de tiempo sin el tritón, aproveché para escribir todo lo que sabía de él.

Pensaba que no podría acercarme aún más a su perfección, pero me equivoqué.

Una de las mañanas más agobiantes, me asomé por la ventana que daba directo al océano.
Tenía la esperanza de verlo ahí, porque era inteligente, lo suficiente como para liberarse.

Las olas rompían violentas contra el hielo, y se combinaban con el sonido del viento.

No había señales de él.

Debajo del aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora