Cuando un biólogo marino llega a su primera expedición en el mar Ártico, descubre a un joven tritón que se convierte en su descenso a la locura.
Dicen que el amor no siempre es racional, pero
¿qué tan correcto es enamorarse de una bestia?
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El tritón era un ser completamente divino.
Había algo en él que no se veía a simple vista, y debías dedicarle tiempo para encariñarte con su presencia.
Sé que él también encontró algo distinto en mí, porque lo notaba en su forma de mirarme.
Me sonreía, realmente lo hacía; fue un verdadero regalo verlo con ese gesto tan puro. Y yo era el único que podría hacerlo sentir de ese modo.
Tuve la oportunidad de presenciar su interacción con otros humanos, y ninguno se acercó ni un poco a la hermosa conexión que tuvimos.
Ni Duff, ni Steven, ni Slash; ninguno le provocó siquiera cosquillas.
Admito que fue gratificante que el tritón me buscara solo a mí, pese a los desesperados intentos de los demás por tener un minuto de su atención.
Steven quería hacer su trabajo, pero ya era tarde para intentar ser bondadoso con la criatura, pues el tritón lo miraba receloso; le siseaba, y sus movimientos se volvían mucho más rápidos cuando estaba cerca. No lo rasguñaba o lo mordía, solo no se dejaba tocar; pese a estar amarrado fuera del agua, se las ingeniaba para escabullirse, arrastrándose con el vientre sobre la nieve, usando sus manos para empujar su cuerpo.
No puedo decir que eso lo hacía encantador, porque era una bofetada para mi conciencia; él sí se comportaba como un animal, pero seguía pareciéndome atractivo. Una parte de todos esos instintivos comportamientos, era seducción pura.
Fue extraño hacer los estudios, porque sentía que lo sometíamos de más. La vez en que le sacamos sangre, Duff, Slash y Steven lo sujetaron, con ayuda de las cuerdas en sus muñecas, para impedir que se escabullera.
Me acerqué al tritón mientras él continuaba moviéndose con desespero; me miró con los ojos entrecerrados y lanzó un pequeño siseo, como si quisiera provocarme para ser violento con él.
Tomé su brazo delicadamente, y lo extendí para buscar alguna vena de la cual tomar la muestra. Él se mantuvo sereno, pero sabía que solo intentaba engañarnos para que redujeran la fuerza de su agarre, y en cualquier momento, intentaría huír.
Lo de menos era que quisiera arrastrarse de regreso al agua; me preocupaba lastimarlo con la aguja, porque tampoco se dejaría curar con tanta facilidad.
Traté de ser rápido para identificar la vena correcta, y no fue tan difícil, porque la palidez de su piel hacía sus venas demasiado visibles.
—Aprieten la cuerda del brazo izquierdo —indiqué, aún concentrado en el tritón.
Duff obedeció, haciendo de su agarre un torniquete, para comprimir la vena del tritón.
Preparé la aguja, adhiriendo un tubo para recolectar la muestra. Sabía que si la acercaba, él podría asustarse, y haría que todo fuese mucho más difícil.
