7: El barco fantasma.

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Quizá lo más difícil era hablar y no conseguir respuesta; pero cuando tuve la oportunidad de ser correspondido, ya no deseé conversar con alguien más

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Quizá lo más difícil era hablar y no conseguir respuesta; pero cuando tuve la oportunidad de ser correspondido, ya no deseé conversar con alguien más.
Ni siquiera quería compañía humana, porque ahí aprendí que no todos apreciaban al tritón como yo lo hacía.

Él era una bestia para los incultos ojos ajenos, y nadie parecía entenderlo realmente.

Para ese entonces, llevaba tres meses en el Polo; tiempo en el que entendí un poco sobre el tritón y su función con el ecosistema.
No era un depredador, así que algunas especies se le acercaban, y en ocasiones muy contadas, ambos interactuaban, de una forma en la que un humano jamás podría entender.

Yo no lo había visto comportarse de manera agresiva; hasta ese día.

Era muy temprano por la mañana, y aquel frío era insoportable esa ocasión.
Recuerdo salir con guantes más gruesos, aún sabiendo que la interacción física con el tritón no sería la misma.

Me acerqué al borde como de costumbre, y ahí estaba él: radiante, sereno, listo para vernos una vez más.

Me miró desde abajo, formando una pequeña sonrisa en sus labios.

-¿Cómo estás hoy? -pregunté, pasando mi mano por su cabeza.

La criatura alzó su rostro, buscando que tocara su piel.

Dejé que rozara su semblante con mi mano, aunque no le agradó la textura de la tela, pues en cuanto la sintió, frunció las cejas y retrocedió.

Solté una pequeña risa, antes de mover los dedos de arriba hacia abajo para indicarle que volviera.

El tritón miró mi mano, con sus ojos entrecerrados, como si se tratara de un enemigo.
La sujetó en un brusco movimiento, mientras intentaba averiguar qué había cambiado.

Lo observé, sin hacer más.
También quería descubrir qué tan bueno era para resolver problemas.

Estuvo un rato pasando sus finos dedos en la zona de mi palma, hasta que bajó su tacto hasta mi muñeca.
Le resultó sencillo identificar el broche de velcro, y logró despegarlo utilizando sus garras.

Incliné el rostro, un tanto impresionado por ver su agilidad para comprender lo que ocurría.

Tomó la punta de mis dedos y poco a poco jaló el guante, hasta dejar mi mano al descubierto.

Cuando reveló mi piel, acercó su rostro e hizo una caricia con la punta de su nariz.

-Resolviste el misterio -sonreí-. Pero harás que me congele; y entonces no tendré con qué tocarte.

Quise tomar el guante de sus manos, pero él lo apartó de mí.

Retrocedió un poco en el agua, mirando el objeto con sumo detalle.
Intentó meter su mano, y parecía desesperado por no conseguirlo.

Debajo del aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora