3: El gran varón.

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Sé que parece poca cosa; hasta ese punto nuestra interacción era insignificante, pero yo ya estaba maravillado por ese ejemplar que resultaba tan tranquilo

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Sé que parece poca cosa; hasta ese punto nuestra interacción era insignificante, pero yo ya estaba maravillado por ese ejemplar que resultaba tan tranquilo.
En ninguna de las primeras ocasiones en que coincidimos, se comportó violento o errático. Parecía una especie amistosa que no era similar al mito que creció a su alrededor.

¿Qué se sabía de las sirenas?
Nada relevante, para ser francos.

No podía basarme en leyendas para tratar de entender a la criatura, ni siquiera vivía en el ecosistema estereotípico. Lo poco que conocía de su especie no valía la pena, así que debía tomarme el tiempo para aprender sobre su forma de vida.

Durante unos días me dispuse a crear una estrategia para capturar a la criatura.
No pretendía tenerla cautiva por el resto de mi estancia, solo necesitaba perspectiva sobre su fisionomía, y para eso, debía sacarlo del agua.

Sabía que con un poco de suerte podría atraparlo con una red para focas, la cosa era averiguar cómo interactuar para rebajar sus niveles de estrés y ahuyentar su instinto de huida.

La criatura parecía sociable y pacífica, eso era un punto a mi favor, no obstante, la duda era: ¿Qué tan pasiva sería fuera de su hábitat?

Era un buen ejercicio para ambos, pues aprenderíamos a conocer nuestros límites. Si debía trabajar con eso, necesitaba respetar sus tiempos de adaptación, pero tampoco podía esperarlo toda la vida.

Desde el día en que lo atrapé, nada volvió a ser lo mismo.

En esa ocasión preparé la red y una cuerda para atarle las manos. Sabía que lo más importante era inmovilizarle la cadera para que no escapara, aunque también debía cuidarme de sus dientes.

Atraerlo fue sencillo: repetí el mismo patrón sonoro de nuestro último encuentro. Aún no estaba seguro de si era parte de su comunicación, o simplemente llamaba su atención por reconocimiento.

Fuese como fuese, la criatura apareció frente a mis ojos una vez más.

Esperé pacientemente a que tuviese la confianza suficiente para acercarse por su cuenta.
Como era costumbre, se quedó observándome. Esta vez, pude ver como se le dilataban las pupilas y volvían a su forma original casi al instante.

No sé si para ese punto ya había enloquecido, pero juro que vi como se formó una sutil sonrisa en sus labios, antes de que sumergira la mitad del rostro para acercarse a la orilla.

Esa pequeña acción hizo que el cuerpo me temblara y sintiera el corazón palpitante hasta la garganta.

Recuerdo que la criatura recargó los brazos en el hielo, y se impulsó hacia afuera para revelar parte de su pecho.
Me dio lástima pensar en lo que tendría que hacerle, pero así debían ser las cosas.

Acerqué una mano hacia el ente y acaricié las puntas de su largo cabello. Todo ese tiempo pensé que era un castaño muy claro, y me equivoqué, resultó ser anaranjado.

Mi tacto pasó hasta su mandíbula; primero le acaricié la piel con la yema de los dedos, luego, usé la palma completa.

La criatura cerró los ojos y elevó el rostro; sonreí al ver esa reacción.
Sabía que lo disfrutaba, no solo porque buscó desesperado seguir con el contacto, también por el sonido que emitió. Era una especie de ronroneo más agudo, igual de dulce que la voz que mostró con anterioridad.

Su piel obviamente estaba mojada y helada, se sentía diferente a la humana, era más delgada, similar a la piel debajo de los ojos.

Bajé la dirección de las caricias y rocé su mentón inferior, ocasionando que los ronroneos se volvieran más fuertes.

Comencé a levantarme del hielo, alejando el tacto lentamente.
La criatura ejerció más fuerza en los brazos y poco a poco sacó su torso del agua, con tal de seguir sintiendo los roces.

Cuando la mitad de su cuerpo estuvo fuera, tiré la red sobre su cabeza y rápidamente sujeté su cadera para sacarlo totalmente del agua.

Lanzó un siseo y se movió bruscamente para intentar huir, pero le faltó ser más ágil, pues en cuestión de segundos logré recostarlo sobre la blanca nieve.

—Cálmate —dije, mientras me montaba sobre su cuerpo y le sostenía las muñecas contra el suelo.

En retrospectiva, tal vez no fue la mejor manera de acapararlo, solo se estresó más e intentó lanzar mordidas a través de la red.

Al intentar dominarlo, miré detenidamente su rostro: sí era precioso.
No era una belleza terrenal, ni siquiera mundana. Sobrepasaba todos los límites de lo divino; era hipnótico, sofisticado, rozando lo andrógino. Una hermosura minimalistas y poco ordinaria. Nada que este mundo haya visto antes se asemejaba a ese semblante esculpido.

La criatura se rindió después de un tiempo, no era demasiado fuerte y de hecho, concordaba con su figura.
Era una especie larga y esbelta, con una estructura ósea pequeña y una cintura sumamente reducida.

Llamó mi atención una abertura con una membrana en su aleta, muy cercana a su cadera.
Solté una de las manos de la criatura para abrir la franja, y no tardé en sentir más movimientos bruscos de su parte.
Dentro de la abertura había dos esferas blancas, que rápidamente identifiqué por otras especies de peces.

—Entonces eres macho —hablé, mientras alejaba la mano de esa zona.

Vi como frunció el ceño y me mostró los dientes, claramente no la estaba pasando bien.
Su lengua era más delgada que la de un humano, así que no habría forma en la que pudiera pronunciar alguna palabra.

Volví a tomarlo de la muñeca y seguí observándolo de cerca, su pecho subía y bajaba a gran ritmo, a la par que las branquias en el cuello se le dilataban.

—Estás bien, todo está bien —solté con voz calmada.

Por supuesto que él no me entendía, pero parecía que el sonido de mi voz ayudaba a calmarlo un poco.

El tritón relajó su rostro mientras ponía menos resistencia en el cuerpo.

No sé cómo explicar la paz que me invadió;  era conciente de que la criatura quería volver al agua y nadar lejos de mí, pero yo no quería dejarlo ir

No quise dejarlo ir.

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Debajo del aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora