14: Desenfreno.

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A veces me pregunto, si me hubiese quedado a su lado, pese a todo el sacrificio que involucraba abandonar la vida como la conocía

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A veces me pregunto, si me hubiese quedado a su lado, pese a todo el sacrificio que involucraba abandonar la vida como la conocía.

No era posible, nosotros no podíamos estar juntos, por más que lo quisiera y añorara.

Lo entendí tarde, porque estando en el valle, no tenía nada por perder al estar con él, al menos en un principio.

Conforme los meses avanzaron, me sentí cada vez más ansioso; abrumado por la aburrida vida silvestre que gozaba de no más que un paisaje blanco y helado.

Aunque las cosas no eran mejores en la civilización, con la guerra que se extendió hasta los Estados Unidos.

Tal vez, de haber estado en Londres en ese momento, habría muerto como un soldado, y como una figura de honor que sería olvidada entre miles de cadáveres putrefactos.

Pero en su lugar, estaba con esa criatura sacada de un poema fantasioso, hacia la explicación de la máxima belleza concebida.

Lo miré a los ojos por varios minutos, con ganas de sacudirlo para que dijera algo, cualquier cosa. Pero él no habló.

Mi miraba con la misma desesperación, arqueando sus cejas en un gesto de suma devoción.

De vez en cuando, lanzaba sonidos agudos, y otras veces solo croaba, aferrándose al hielo como si eso fuese a cambiar las cosas.

Frunció sutilmente su nariz, como si quisiese decirme que yo era un estúpido por no entenderlo; y tal vez sí. Habría hecho cualquier cosa por aprender a comunicarme con él de forma clara.

El tritón ejerció más presión en sus manos huesudas, para salir del agua y arrastrarse por la nieve hasta quedar a mis pies.

Sentí su tacto en mis pantorrillas.
Un cosquilleo me subió desde las piernas hasta la espalda, y solté una corta risa nerviosa.

La criatura estaba ahí, implorando que existiese alguna forma de entendernos, a través de sus chillidos bajos que me daban escalofríos.

Era un animal, pero uno que casi podría rozar el mismo nivel de conciencia que la humana.

Me agaché para estar a su altura, y lo tomé del mentón para guiarlo a observar mi rostro.

—Quiero entenderte, pero no puedo —sollocé.

Tomé su rostro entre mis manos, y sentí su mirada salvaje y depresiva.

Cerró sus ojos con ligereza; subía su pecho por su respiración agitada, haciéndome creer que le daría un ataque por tanta emoción.

Y de pronto, volvió a mirarme.
Esta vez, sus ojos reflejaron una ansiedad tan profunda, que me la contagió al segundo en que lo vi.

—Debe haber una forma —insistí, sacudiendo ligeramente su cabeza—. No me importa cómo, solo quiero entenderte.

Debajo del aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora