4: Cascanueces.

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Jamás le habría hecho daño, ni siquiera un pequeño rasguño

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Jamás le habría hecho daño, ni siquiera un pequeño rasguño. Él era delicado, más que la vida misma. Sería difícil explicar la razón, pero su sublimidad era tan inalcanzable, que cualquier cosa parecía lastimarlo.

Él era como un ángel que se mezclaba con lo terrenal; vivía de forma salvaje entre la fauna y la despiadada naturaleza.
Nunca encontré la razón por la que un ser tan bello debía vivir en un ecosistema donde nadie apreciara su hermosura. Seguramente era porque el humano no valoraría tal estética.

Su físico podía causar desagrado; ciertamente, sus branquias y escamas no eran lo más atractivo. Aunado a ciertas membranas que lo hacían ver aún más animal.

Parecía raro, pero me gustaban sus dientes, porque me mostraban su verdadera naturaleza difícil de descifrar.
La primera vez que los vi, supuse que era carnívoro, pues no encontré otra razón por la cual debía tener dientes similares.

Descubrí la realidad después de un par de semanas, en las que teníamos encuentros esporádicos para mantenerme cuerdo ante la nula interacción.

Hasta ese momento jamás lo había visto comer nada, ni siquiera atacar algún pez que se posara a su alrededor. Lo cual era extraño, porque finalmente, no dejaba de ser una criatura que se desarrolló fuera del entorno social del hombre, así que no se regía por normas morales o éticas para reprimir sus instintos.

Varias veces intenté alimentarlo con pescado crudo, pero no parecía ser de su agrado, pues siempre que se lo acercaba, lo olfateaba y volteaba la cabeza hacia otro lado, hasta que alejara la carne de su boca.
De vez en cuando fruncía la nariz y lanzaba un siseo, dándome a entender que debía alejar eso tan pronto como fuese posible.

La segunda vez que pasó algo interesante en ese lugar, fue cuando una foca cayó muerta cerca de la cabaña, a la orilla del mar.
Parecía que un oso la había atacado, tenía una mordida en la espalda que dejaba ver parte de su columna.

Claramente no quería un cadáver putrefacto frente a la cabaña, así que pensé en arrojar el cuerpo al océano.

Estaba a punto de salir, cuando desde la entrada vi emerger al tritón, aparentemente atraído por el aroma de la sangre, pues se mantuvo unos segundos olfateando las manchas en la nieve.

Pensé que se llevaría los músculos del animal, pero no fue así.
Introdujo las manos al cuerpo y dio un fuerte tirón.

Observé como le sacó la columna de un movimiento, y me dio un escalofrío cuando la criatura metió las vértebras al agua para quitarle la sangre, antes de comenzar a comérselas.

Podía escuchar ese crujido horroroso; los mordía con tanta facilidad, que resultó  desagradable, y hasta cierto punto repugnante. Tal vez en ese instante habría preferido verlo devorando la carne de la foca, con el rostro teñido de carmesí.
Pero en su lugar, lo vi arrancarle hueso por hueso, a excepción del cráneo.

Debajo del aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora